El Tíbet de hoy
Hoy el Tíbet es una “región autónoma” en el suroeste de China. Fue un país de 2,5 millones de Kms.2 con un promedio de altitud sobre el nivel del mar de 4.000 metros, cultivador del budismo, con habitantes proclives a la meditación y la espiritualidad. La dominación china, que comenzó en el siglo XVII, centurias después del control mongol, causó la destrucción de 6.000 lamasterios y el entorpecimiento de la actividad religiosa. Aunque en los últimos años se ha facilitado su práctica, siempre y cuando con ella no se cuestione la regencia china, el poder rojo.
El Dalai Lama, su jefe religioso y político hasta hace cuatro meses, decidió entregar la conducción política a Lobsang Sanjay, un profesor e investigador, doctor en asuntos legales del sudeste asiático, quien a los 43 años asumió la responsabilidad de convencer al mundo de su derecho a la autonomía plena. Un paso riesgoso de un régimen teocrático a uno convencional, el tránsito de un líder religioso a un simple primer ministro.
No será fácil para este “ilustre desconocido” tomar vuelo y discutir sólo sobre fundamentos políticos la independencia de su país, desprovisto de espirituales ascendencias divinas. Será obra de titanes siquiera lograr la interlocución con Hu Jintao, el todopoderoso presidente chino.
Esta novedad religioso-política obliga a recapacitar sobre el Dalai Lama. Gran conductor de su pueblo, en el exilio desde 1949 cuando el ejército rojo aplastó la mayor rebelión tibetana, se lo considera la XIV reencarnación de Buda en la Tierra desde que tenía dos años de edad.
Magnífico escritor, supo insertarse en un mundo ajeno, convivir con el hinduismo y el cristianismo, y erigirse como campeón de la condescendencia religiosa.
En uno de sus libros, El arte de la felicidad, explica que las religiones deberían semejarse a unos comensales en un restaurante. Cada uno pide lo que le apetezca y los demás, lejos de contrariarse, comentan y alaban las escogencias de sus contertulios. No he encontrado mejor manera de explicar la tolerancia religiosa.
El Tíbet tiene un tácito respaldo del mundo, que no se manifiesta para no malquistar al nuevo imperio mundial. Es la lucha entre David y Goliat, en este caso con la casi imposibilidad de que con una honda y una piedra se pueda batir al gigante dominador.
Un país de seis millones de habitantes, una inmensa mayoría dedicada a la oración y a la contemplación, vive una búsqueda permanente de independencia en la soledad de los desheredados. Entre más poderosa sea China, más difícil será para ellos encontrar eco en el planeta para sus pretensiones. Entre más globalizada quede la humanidad, menos atractivo será proteger intereses menores.
Tíbet coexiste con una tragedia que no concita voluntades en el plano internacional, ni provoca deseo de enfrentamientos entre las potencias.