Riesgo | El Nuevo Siglo
Sábado, 13 de Julio de 2019

En mi tiempo de consultora senior de riesgo reputacional de USAID para once entidades del sector financiero participantes en la Iniciativa de Finanzas Rurales, me atreví a afirmar que la magnanimidad en la mentoría puede llevar a la debacle.

El concepto de mentoría se ha desdibujado. No se trata de un coach motivacional (descreo de los coach y mucho más de que alguien necesite motivación más allá del sueldo y el privilegio de tener empleo en un país con desempleo de dos dígitos: 10,5%), ni de un tutor que solo se ocupa de la esfera académica.

En La Odisea, el gran poema épico de Homero, aparece Mentor, el anciano que se hace cargo de la educación e iniciación como ciudadano y príncipe de Telémaco, el hijo de Ulises, cuando su padre se marcha a la guerra de Troya.

La Universidad de Oxford estableció durante los siglos XV y XVI las figuras de “mentors”, que tenían a su cargo la enseñanza y el desarrollo de los estudiantes en todas las esferas de su vida, tanto académica como social y espiritual. Pero a muchos les ha dado por saltarse los pasos, apurando el relevo generacional a la topa tolondra, desconociendo la verdad de a puño del Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”.

Hoy más que nunca creo que el mayor riesgo que puede enfrentar una empresa puede ser producido por la osadía de entregar la dirección de temas clave a aprendices, quienes además duplican el costo y el gasto porque su ignorancia supina y su falta de recorrido debe suplirse con asesoría externa, contratadas a firmas de buhoneros que ven en esta nueva ola, su oportunidad de negocio.

La mentoría mal entendida es fatal. Pasa en las empresas desde que a los millennials les dio por creer que se llega a general sin haber sido soldado. Y pasa en política. Como con Andrés Felipe Arias, demasiado biche en su momento para ministerio alguno; la jauría de lobos alrededor del poder se lo comió vivo y hoy paga con cárcel su inexperiencia. Y nos pasa a los colombianos, que recibimos con fe y esperanza al pupilo de Uribe, un profesional del montón, con más ganas que hoja de vida y le entregamos las riendas de la empresa común, nuestra nación, porque dizque tenía derecho a aprender.

Es como comprar un tiquete en avión y que a uno le digan: “Va a volar con un joven queridísimo, sin experiencia, que tiene derecho a aprender y a quien la aerolínea le quiere dar la oportunidad; no sabemos si van a llegar a destino ni cómo, pero esa es la apuesta”.

¿Usted se montaría?