Faltan solo tres días para que comiencen los Juegos Olímpicos y cunde la sensación de dejadez, improvisación y desdoro.
Con un déficit de 6 mil millones de dólares, el 60 por ciento menos en materia de regalías petroleras y con la Petrobras sometida a un monumental ejercicio de corrupción coordinada, nada de lo que está ocurriendo en Brasil puede parecer extraño.
Los hospitales tienen una desatención por encima del 70 por ciento; una huelga de maestros sobrepasaba los 120 días ; los pagos a más de 450 mil pensionados y funcionarios públicos han estado completamente retrasados, y miles de policías en semejante situación crítica han visto cómo se deteriora por completo su vida en familia.
De hecho, el 17 de junio el gobernador Francisco Dornelles declaraba la calamidad financiera para hacerse a casi 900 millones de dólares procedentes del gobierno federal a fin de mitigar de algún modo la angustia de aquellos policías.
Mismos policías encargados de imponer el orden en medio de un vaivén de seguridad tan tormentoso como preocupante.
40 mil militares tratan de garantizar la convivencia en unas favelas contaminadas por el crimen que funcionan como verdaderas zonas grises o Estados subterráneos (cuasi estados gánster).
60 policías han sido asesinados en este año; 1,715 homicidios ocurrieron entre enero y abril, lo que supone un incremento del 15 por ciento con respecto al año pasado, y los robos en las calles han crecido en un 24 por ciento.
Por eso, aunque el alcalde Eduardo Páez se ha desvivido tratando de demostrar que la ciudad sí cuenta con recursos y que es capaz de gestionarlos con eficiencia, nada puede quitarles de la mente a más de 500 mil turistas lo que leyeron en ese pendón que algunos policías habían colgado en el aeropuerto : “¡Bienvenidos al Infierno!”.
De hecho, se ha pensado en construir muros y alambradas como los que han erigido algunos países europeos para impedir el acceso de inmigrantes, con el fin de que las playas de Ipanema o Copacabana no se vean contaminadas por el ambiente de las favelas de Manguinhos, Acarí, Morro Agudo, Complexo da Maré, Cidade de Deus y Complexo do Alemao, donde llegaron a registrarse hace poco hasta 100 días de continuos tiroteos.
Con razón, el arzobispo Joao Orani Tempestá sostiene que “nuestra sociedad está enferma”, solo que olvidó agregar que la enfermedad tiene su origen en el marxismo propio del Partido de los Trabajadores, el populismo de Lula y Dilma, y el chavismo que se respiraba desde el mismo momento en que se inventaron el adefesio al que se conoce como “orçamento -presupuesto participativo”.