RODRIGO POMBO CAJIAO* | El Nuevo Siglo
Jueves, 24 de Abril de 2014

García Márquez

 

Esta es una columna de opinión política. Las expresiones aquí exhibidas se fundamentan en hechos, realidades y argumentos de trascendencia política. Acá se habla con respeto pero con sinceridad; con aplomo pero con firmeza; con visión de futuro pero sin desconocimiento de nuestra historia, de nuestros forjadores y de los anteriores sucesos que nos definen en la actualidad.

Dicho lo anterior, en lo que a mi criterio y buen juicio respecta, Gabriel García Márquez ha sido el más grande escritor de todos los tiempos, no digo ya en la órbita nacional sino en el contexto mundial. Como tal ha sido, únicamente comparable con Shakira, el más relevante y conocido artista colombiano. Su obra es maestra y sus aportes a la nuestra y a la cultura universal son inobjetables.

Pero yo juzgo a las personas más que a los personajes. Para bien (regla general) y para mal así estos estén vivos o yazcan en sus sagradas tumbas. No creo en las sentencias populares: “muerto el rey, viva el rey” o, “nunca se habla mal de un muerto”. Lo hice con Hitler y Chávez, lo hago con Gabo y lo haré, sin duda, con Fidel Castro.

Si como artista fue el más grande, como personaje García Márquez fue deleznable. Con su estilo y con sus escritos difundió la libertad artística pero con sus acciones fue cómplice de la opresión de palabra y de acción de millones de seres humanos.

Apoyó abierta y descaradamente regímenes totalitarios; se exhibía sin temor y vergüenza con los más temibles dictadores que, como Castro, no les tiembla el pulso a la hora de asesinar a opositores, arrodillar a un pueblo por más de cinco décadas, cerrar canales de televisión y medios de expresión (así éstos fuesen artísticos); dejar a la gente sin Internet, expropiar cuanta pertenencia exista so pena de muerte y auspiciar guerrillas narco-terroristas cuyos secuestros, matanzas, carros, burros y bicicletas bombas por todos conocidos están.

Así fue el Gabo que nunca conocí en persona y que no me hizo falta. No admiro a quienes radicalizan la vida al punto de mandar a matar a sus contradictores o, lo que es peor, exiliarlos. Gabo, que se sepa, no lo hizo directamente pero sí fue abierto cómplice de ello.

Ser comunista y profesar tales ideas es cuestión respetable y hasta admirable pero nunca, como lo afirmaba Stalin, bajo la soberanía que produce la boca del fusil.

No niego, en consecuencia, que me da pena como lector de la pérdida del artista, pero no escondo tampoco mi asombro por las ceremonias que a Chávez y a Gabo se les ha rendido.

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI