En anteriores columnas me he referido a la contradictoria evolución del lenguaje; hay abundantes palabras con significados ambiguos, que incluyen antinomias. Adicionalmente, el contexto se encarga de acentuar nuevas distorsiones, y los refranes diseminan aquellas creencias populares, llamadas a sabotear, como “demasiado ‘bueno’ para ser verdad”.
Considere las “gestas”. Según la academia de nuestra lengua, RAE, ese término se asocia a un “conjunto de hechos memorables”, que identificamos como hazañas o heroicidades. Este sinónimo es muy relevante, pues trascender del logro individual, hacia el acto que tiene impacto para una comunidad, es el sentido que le otorgaban los antiguos griegos a las “gestas”.
Volviendo al futuro, “gestas” es la conjugación en segunda persona del verbo gestar, cuya acepción secundaria está asociada a “preparar o desarrollar algo, especialmente un sentimiento, una idea o una tendencia individual o colectiva”. Convengamos que esto puede acoplarse con la primera interpretación; además, algunas palabras equivalentes, según la RAE, son germinar o incubar.
Regresando al pasado, “Gestas” fue uno de los crucificados junto a Jesús; y, dado que no se arrepintió de sus pecados, se dedicó a proferir agravios contra el mesías y se atrevió a tentarlo, de manera similar a lo que intentó hacer el diablo, fue catalogado como el “mal ladrón” (Lucas, 23:43). Respecto a ese calificativo, es necesario destacar la diferencia entre hablar de un “mal ladrón”, que podría ser considerado torpe en la comisión del delito, y un “ladrón malo”, que enfatizaría en su sevicia.
Este es uno de los malentendidos que incorporan las traducciones. Como sea, es cuanto menos curioso que en la Biblia hagan referencia al tercero en discordia, durante la muerte de Jesús, como el “Buen Ladrón”, porque supuestamente asumía las consecuencias de sus actos, aunque de manera nada generosa o desinteresada rogó que se tuviera en cuenta que había intercedido por Cristo, quien lo recompensó prometiéndole su presencia en el Paraíso.
Este episodio me recuerda la solemne declaración del expresidente Turbay, que estableció como propósito supremo “reducir la corrupción a sus justas proporciones”. Eso es lo que diferenciaría a un “buen ladrón” en el ámbito colombiano; pero ninguno aprovechó para expiar sus antecedentes, y todos prefirieron continuar apropiándose de manera inapropiada el erario que se sustenta con las contribuciones de todos los ciudadanos.
Pese a esto, la mayoría considera impropio pensar en un sistema socioeconómico progresivo y redistributivo, porque etiquetan los gravámenes requeridos como confiscatorios o expropiantes. Es un hecho que nuestro país está condenado por la quejadera, el descaro y la incongruencia, pues quienes ostentan el poder no rajan ni prestan el hacha.
Esos recursos retóricos también han afectado nuestros significados. Acusando flexibilidad, por ejemplo, escuché decir que “cuando se ha trabajado atendiendo clientes, se aprende a no seguir siendo mal cliente”; aprovechando semejante raciocinio, convendría garantizar la rotación de todos los ciudadanos que deseen asumir cargos de dirección en el ámbito organizacional, participación en el ejecutivo, representación en el legislativo, conciliación en el judicial y supervisión en el de control, para que desarrollemos empatía hacia las restricciones y tribulaciones que viven los responsables, además de pertenencia hacia la institucionalidad democrática.
Algo similar se dice sobre la relación entre padres e hijos que incursionan en la paternidad. En cualquier caso, todo el tiempo hemos sido humanos, pero pocas veces demostramos suficiente humanismo; por el contrario, quienes atentan contra eso, suelen vanagloriarse e incluso destacarse, tal como lo hizo Gestas.