Un gran amigo mío, que era alvarista, luego uribista en su primer gobierno y últimamente votó por “el cambio”, me dijo que se estaba aburriendo de leer mis columnas porque me había vuelto monotemático: sólo escribía contra Petro, y pensé darle gusto. Pero el fin de semana pasado me puse a escuchar noticias noctámbulas en la “matraca” que tengo por transistor y amanecí alarmado por lo que sigue pasando en Colombia.
Qué hace un columnista cuando se topa en una misma “acostada” con noticias como que el Ejército Nacional debe “esfumarse” de la zona de fronteriza con Venezuela para permitir la liberación del papá de un futbolista secuestrado por el Eln en pleno partido de paz; que más de 100 militares fueron secuestrados en Cauca por orden del “comandante Mordisco” de las Farc que paga o coacciona a los campesinos o indígenas (cuando éstos no actúan criminalmente por cuenta propia para, por ejemplo, invadir tierras) y quedan entonces convertidos en idiotas útiles para desarmar, “matonear” y humillar a los abnegados soldados de la Patria; que en Policarpa otras disidencias de las Farc se pongan en la tarea de inaugurar obras públicas como si fueran autoridad civil, porque ésta no puede entrar por allí; que el Eln decrete paros armados mientras libran batallas contra otros bandoleros en disputa por corredores del narcotráfico, y que los ciudadanos se vayan a trotar a los cerros tutelares de Bogotá y sean secuestrados, robados y “cascados” por criminales bárbaros “extranjeros” que nos invadieron...
Y casi todos los caminos conducen al mismo quien, en desarrollo de su proyecto revolucionario, ha acabado de trastocar la teoría y la dinámica de la violencia en Colombia. Pensábamos, en tiempos del gobierno de la Seguridad Democrática, que acá no existía un “conflicto”, sino una amenaza narcoterrorista (guerrillera y paramilitar) contra el Estado y que el tema se podría solucionar, por la razón o la fuerza, hasta que llegó el señor Santos a “internacionalizar” nuestros problemas, a venderle al mundo de la civilización mamerta (ONGs, Europa, Premio Nobel de Paz) la idea de que existía un “conflicto armado”, y lo logró, nos metió en un proceso que resultó ser una claudicación de la institucionalidad frente a la barbarie, le regaló medio país a las Farc (que Uribe tenía en desbandada), las fortaleció, las puso a legislar y les permitió abrir “franquicias” con el nombre comercial de “disidencias” y, además, logró el milagro de resucitar al Eln, al Epl y propició la creación de todo tipo de “clanes”, surgidos hasta de entre los “Rastrojos”.
Y al llegar al poder el “ungido” dentro de ese malhadado ensayo de paz, acabó de inundar el país en un mar de coca y convertirlo en un reguero de hechos de sangre y violencia que no parece tener trapero que valga; es más, ha logrado redefinir los términos del conflicto armado, al tenor de su particular “revolución” camuflada en el término “cambio”.
En efecto, estamos llegando al extremo de replantear el listado de actores del conflicto que antes, entendíamos, eran las guerrillas, las fuerzas paramilitares, y las Fuerzas Armadas de Colombia, con Policía. Pero ahora toca incluir como “actores del conflicto” a los campesinos, indígenas y jóvenes de primera línea, porque los metieron a todos en la misma palestra de la “paz total” y entonces devinieron en autores materiales de asonadas, actos vandálicos y robos contra el ejército y la policía, esquema en que las guerrillas y clanes narcoterroristas son autores intelectuales o determinadores de estas inusitadas “guerras por la paz total”.
Post-it. Qué bueno sería poder contemplar el cielo y ver la luna y las estrellas con tranquilidad, sabiendo que abajo las cosas marchan bien. Pero no se puede. En el pedazo de tierra que tenemos por mapa, este país está resquebrajado, la legitimidad es inexistente, la seguridad fue cosa en tiempos de Uribe, la democracia está siendo puesta a prueba, la salud flaquea, las tierras y la propiedad privada son arrebatadas a “mordiscos” …