Para la comunidad católica, la semana que hoy comienza, en su dimensión religiosa y celebrativa, es un tiempo bueno para hacerse preguntas. Son como unos días para situarse frente a frente con el misterio del amor de Dios y pensar con sinceridad qué tan profunda es la relación que se tiene con el autor de la vida y de la salvación. Y para hacer esta tarea bueno es mirar el contenido de las celebraciones que ofrece la Iglesia, llenas de comunidad, Palabra, oración, signos, agua, luz, ramos, monumentos, pan consagrado. La liturgia de la Iglesia ofrece de diversos modos como una síntesis de los contenidos de la relación entre Dios y los hombres, a la vez que pretende movilizar a estos últimos para dejarse encontrar por el vencedor del pecado y de la muerte, Jesús de Nazaret.
Como una flecha que cruza rauda este momento de la existencia, la semana llamada santa nos permite asomarnos a la nuez de la fe cristiana. Es como un entrar en la ciudad de Dios y contemplar su obra en su magnífico esplendor. Todo comienza con la misteriosa y bulliciosa entrada de Jesús en Jerusalén, como un nuevo rey que monta un humilde burrito. Lo rodea y aclama la gente sencilla, mientras los poderosos miran con sospecha aquel entusiasmo. Cuatro días después, el Dios hecho hombre se sienta a la mesa y declara que pan y vino serán en adelante su nueva presencia, mientras ordena a sus comensales repetir este gesto por siempre. Y les lava los pies, en gesto inédito de abajamiento de Dios. ¿Se puede esperar más de Dios? ¡Sí! Al día siguiente el Dios encarnado pende de la cruz, por amor a la humanidad, para pagar una deuda que solo Él podía saldar. Silencio: ha sido inmolado el Cordero, el hijo de Dios. Tiniebla sobre la tierra.
Y surge la tentación del culto a la muerte. Imposible: el sepulcro está vacío. ¡Ha resucitado! Y aquél que parecía haber sido vencido, por el contrario, ha ganado en todo, especialmente en la lucha contra dos adversarios formidables: el pecado y la muerte. Y comienza a mostrarse a quienes creyeron en Él. Y he aquí, entonces, la pregunta: ¿Le creemos a Dios todo lo que por nosotros ha hecho en Cristo por la fuerza del Espíritu Santo? Pues cada paso litúrgico de esta semana que hoy comienza, con sus signos y palabras, con sus gestos y momentos, pueden ser pregunta y respuesta, inquietud y luz, desolación y esperanza. Nada más humano que la presencia salvadora de Dios entre los hombres. ¿A quién pudiera no interesarle?