Las protestas, algunas multitudinarias, como las de Santiago de Chile, impulsadas por la izquierda chilena, bien organizada y empoderada, o las de Santa Cruz, Bolivia, causadas por un pueblo enfurecido por el robo descarado de las elecciones presidenciales por Evo Morales, quien se atornilla por 5 años más al gobierno, son el producto de muchas variantes que hoy tienen incendiado al continente latinoamericano.
Latinoamérica está prendida. Cada vez son más violentas las manifestaciones en las calles de sus ciudades; unas muy grandes, otras apenas burdas escaramuzas, pero igual de destructoras y en algunos casos letales.
Hay una furia tangente y manifiesta entre los pueblos del continente, en algunos casos con mucha razón, como sucede en Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Haití, donde la ciudadanía se siente engañada, abusada y maltratada por gobiernos dictatoriales.
En otros países, es claro, que las protestas provienen de una bien organizada izquierda internacional empeñada en tomarse el continente, bajo las directrices del Foro de Sao Pablo y el apoyo de los usuales exportadores de revolución, Cuba y el régimen establecido por Hugo Chávez y su heredero, el nefasto Nicolás Maduro.
Dictaduras que no tiene dinero para alimentar o cuidar la salud de sus gentes, pero si lo tienen, a manos llenas, para exportar revolución, pagar a intelectuales, académicos y medios para promover, coordinar y justificar huelgas, protestas, incendios, saqueos y ataques a la fuerza pública con cualquier excusa justificada o no.
La izquierda dura pretende manipular a la población a su favor para tomarse los gobiernos y acabar con la democracia. Para luego establecer gobiernos autócratas; dictaduras que se enquistan en el poder y jamás lo dejan pacíficamente. No importa la desesperación de sus pueblos por deshacerse de ellas. Habrá brutal represión y destrucción total de las libertades, como ha sucedido en Cuba desde hace 60 años, o en Venezuela desde hace 20.
Hay que reconocer que esta semilla de revolución está cayendo en suelo fértil, porque hay una desconexión entre los gobernantes y sus pueblos, hay desigualdad y pobreza, faltan programas sociales efectivos e inmediatos y una lucha sin cuartel contra la corrupción. La izquierda ha abonado ese descontento con la sabiduría del sembrador paciente.
Vivimos en el reino de la mentira, de la verdad a medias, utilizada descaradamente por unos y otros. Algo que ha enervado el ambiente. Nadie sabe en quién o qué creer. Las plataformas sociales, y aun los medios, nos bombardean a diario con noticias, amañadas y acusaciones falsas. Nunca había sido tan fácil manipular las masas.
Para los cerebros de estas manifestaciones lo importante es crear el caos, aprovecharse de los violentos, que siempre los hay, para queman, saquear y destruir. Y si hay encuentros con la fuerza pública y, por desgracia, alguien resulta herido o muerto; mejor aún, han creado un valioso “mártir” para utilizar en contra del gobierno.
La misma historia se ha repetido por siglos. Las protestas, justas, pacíficas y validas de los ciudadanos son aprovechadas por los extremistas, para avanzar su destructora agenda política.
Hoy las democracias se sienten maniatadas para responder, pues, de hacerlo, los izquierdistas gritaran ¡Violación, violación, a los derechos humanos! Acorralando a los gobiernos democráticos. ¡Así no quedará ni uno!
Coda: Ahora conoceremos realmente a Claudia López. Propongo un cordial compás de espera.