Tenemos un llamado a continuar nuestro proceso de integración, la actualización de esa posibilidad de encarnar la totalidad que somos y esa totalidad mayor de la cual hacemos parte.
No es un reto ni un desafío, palabras provenientes del lenguaje de la guerra y de la competencia; es una ruta consciente que podemos transitar, cada quien a su ritmo y en sus tiempos. Tenemos la potencialidad de vivir mejor cada día; para ello necesitamos dejar de sobrevivir. Muchas de las relaciones que establecemos son de supervivencia: una relación de pareja que no es armónica, pero que se mantiene por convencionalismo familiar, social o con la excusa de un supuesto bienestar de los hijos; una enfermedad contra la cual luchamos, pues aún no reconocemos que es una maestra maravillosa y que aloja un sentido profundo para nuestras vidas; o la confrontación permanente con el mundo exterior, tan imperfecto y en continua creación como nosotros mismos.
Los vínculos que establecemos afuera no son sanos porque aún no tenemos una relación sana con nosotros mismos. A medida que vamos integrando todas nuestras experiencias -para lo cual una acción fundamental es agradecer todo lo que hemos vivido, sin excepción alguna-, podemos integrar a los demás, tal como son, no como quisiéramos que fueren. Una vez podemos reconocer nuestra totalidad inherente, también vemos en las demás personas su propia totalidad particular y abrazar sus sombras, penumbras y luces desde la consciencia de las propias. Es justamente ahí donde el amor como fuerza se manifiesta en lo concreto. Cuando reconocemos que en esta experiencia encarnada tenemos un camino, con avances y retrocesos, coherencias y contradicciones, y cuando asimismo comprendemos que todo ello es preciso para aprender y trascender, nos podemos amar sin condiciones. Nos hacemos uno, nos integramos en nosotros mismos.
Esa incondicional aceptación propia es la base para que el amor como fuerza se revele en la relación con los otros y lo otro. La idealización de las demás personas o de las relaciones conlleva una temprana o tardía frustración. Sin embargo, en la medida en que nos podemos admitir como somos la aceptación de los demás y de todo lo que sucede dejará de ser una lucha para convertirse en una resultante de esa aprobación interior sin ambages. El amor, ese orden implicado, se hace presente en el acto de amar, el orden explicado. Cuando podemos comprender esto se hace factible el amor propio y el amor a otros, en forma sana. Amar a otra persona es reconocerla en su totalidad, honrarla es darle su lugar pues ya sabemos ocupar el nuestro. En ello se revela el amor, en la consciencia de compartir este aprendizaje colectivo que es la vida.