La comprensión del amor como fuerza nos plantea ir más allá de lo que hemos aprendido hasta ahora. Podemos quedarnos donde estamos o aventurarnos a vivir una experiencia más profunda y poderosa.
Reconocer que el amor trasciende las emociones y los sentimientos amplían nuestros márgenes de libertad. No requerimos de otra persona para experimentar el amor, pues podemos tomar consciencia de estar encarnando al amor mismo, decidir a partir nuestro libre albedrío ser el amor. Es posible identificar en todo lo creado, desde las piedras hasta la luz, ese amor-fuerza. “Únicamente” se trata de darnos cuenta de ello; sin embargo, en ese darse cuenta -que para cada quien tiene dificultades diferentes- está la clave para liberarnos de muchas ataduras.
Ocurre como cuando la neblina no nos permite ver un paisaje, que está temporalmente oculto tras ella. Simultáneamente hay más personas, ubicadas en otros lugares donde no hay niebla, quienes pueden contemplar el paisaje con total claridad, pues en realidad siempre está, al igual que el amor, solo que no siempre estamos en condiciones para verlo. Siempre somos amor, solo que no siempre tenemos las condiciones interiores para reconocernos como tal.
Todo tiene su tiempo y a cada persona le llega su momento para ser amor. La ruta pasa por los espejismos de anhelarlo, extrañarlo, verlo y experimentar sus manifestaciones en las relaciones con otras personas antes de llegar a la plenitud de encarnarlo. En realidad, no hay afán; el camino es largo y hasta ahora lo estamos empezando. Cuando estamos en prekínder no tenemos aún las herramientas ni habilidades para resolver una ecuación de segundo grado, pero al ya saber contar nos estamos encaminando para, en el momento oportuno y tras varios aprendizajes, comprender el álgebra. No somos menos en prekínder que en grado sexto, solo más pequeños. Creceremos. Lo mismo sucede con la encarnación del amor, con la consciencia de la luz en nosotros. Al principio buscamos el amor afuera, para poderlo ver luego en nosotros mismos. Paulatinamente lo llegamos a ser.
Ser amor es tal vez el ejercicio más trascendente de la vida: es traer el Cielo a la Tierra, en acciones como dejar de juzgar (nos), aceptar (nos) plenamente, experimentar (nos) en gozo, vivir (nos) en la consciencia de la unidad con la Divinidad, como sea que le comprendamos. Somos amor cuando vibramos con la lluvia, la montaña, el pájaro, la flor y las estrellas. Somos amor cuando nos permitimos atravesar y trascender el miedo, la rabia, el dolor y aprendemos desde y con ellos en total gratitud. Somos amor cuando en la respiración tenemos consciencia de que ese aire vital es también amor. Ser amor, encarnarlo, es un ineludible destino que podemos encarnar gozosamente aquí y ahora.