Hace un mes empezamos el tercer año del gobierno Petro. Un gobierno que ha brillado por su capacidad para destruir y su incapacidad para gestionar. Tras 730 días en el poder, los resultados son nefastos y el tal cambio que le vendieron al país sólo ha servido para cambiar lo que funcionaba por caprichosas políticas que han dejado a los colombianos sin salud, sin plata en los bolsillos, sin manejo sobre sus pensiones y ahorros, sin petróleo ni gas, acorralados por la violencia y en la peor de las zozobras, por lo que se empieza a vislumbrar puede ser el destino de nuestra democracia acercándonos al 2026.
Bueno, en honor a la verdad, también otras cosas han cambiado. Para empezar, varios de los políticos y familiares del círculo cercano -y no tan cercano- del presidente han tenido, sorprendentemente, vertiginosos incrementos patrimoniales que les han permitido mejorar su estilo de vida. De repente han cambiado sus camionetas por otras último modelo, sus fincas por haciendas dignas de locaciones cinematográficas, sus modestos apartamentos por lujosos penthouses, sus destinos turísticos en playas nacionales por aquellos que llenan a punta de sellos muchas hojas de sus pasaportes y, en últimas, sus principios por cualquier otra cosa que le sirva a los intereses de este gobierno.
Y es que parece que muchos de nuestros dirigentes de turno y uno que otro empresario, al mejor estilo de Groucho Marx, han asumido como su mantra la máxima “Estos son mis principios. Y si no le gustan, tengo otros”. Así, sin el menor atisbo de escrúpulo, quienes hace dos años se autoproclamaban en las antípodas del petrismo, no tan discretamente se convirtieron en los compinches perfectos para la materialización de varios de los sueños del pichón de autócrata.
El daño que ha hecho el presidente sólo ha sido posible por la anuencia cómplice e interesada de varias figuras de los negocios y de la política nacional, que subestimándonos a los colombianos, pretenden pasar de agache. Para ellos el cambio sí llego y su apuesta es que haya llegado para quedarse, siempre y cuando les siga beneficiando. A ellos no les importa el país, menos su futuro o el mío. A ellos no les importan los años que tardemos en organizar el caos legado de Petro, ni las generaciones que pasen para reconstruir la democracia y la cohesión social. A ellos sólo les importa que sigan llegando maletas llenas de dinero, que sus negocios se mantengan incólumes y que, aunque sus principios se hayan resquebrajado, sus cuentas bancarias sigan engordando.
De repente, como en aquella película en la que Gooding le gritaba a su representante, Jerry Maguire (quien estaba dispuesto a todo por conseguirle un contrato cuantioso a su futbolista), retumba en mi cabeza la famosa frase “¡Show me the money!”.
Muéstrame el dinero, le susurran hoy al gobierno congresistas mercachifles que venden su dignidad parlamentaria apoyando las reformas regresivas del petrismo a cambio de maletines repletos de billetes. Muéstrame los contratos, le dijeron también para engavetar el juicio político a instancias de la Comisión de acusaciones de la Cámara de Representantes burlando la Constitución Nacional y el principio de Lealtad Procesal. Show me the money le dicen ahora en recintos cerrados los directores de gremios o grupos económicos que negocian su conciencia y deshonran la confianza de sus agremiados y usuarios a cambio de mantener protegido y lucrativo su “parcela en el negocio”. ¡Muéstrame el maldito dinero! le dirán quienes en pocos días nos harán creer que, pese a que este gobierno registra la menor ejecución presupuestal en 23 años, este país necesita una nueva reforma tributaria por 12 billones de pesos, que exprimirá los bolsillos de los trabajadores colombianos y acabará con el sector empresarial.
Nunca como hoy fue tan determinante el papel del ciudadano activo en el control político. Todos ellos, hoy cómplices y acomodados, le están produciendo un daño al país que nos costará muchos años enmendar. Nuestra responsabilidad es hacerles saber que no les quedará fácil, y que cada colombiano de bien, también como en aquella otra famosa película de los 70 “Follow the money”, estará vigilante y atento a sus movimientos, a sus decisiones pronunciamientos y hasta al tamaño de sus maletas. No habrá dinero que pague su deshonra pública.
Que sepan que como dicen en mi tierra, Al mafioso lo pillan por el caballo, y acá no va a quedar caballo sin pillar.