“De lo que no se puede hablar es mejor callar” escribió Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus; la sentencia de este lógico y matemático austriaco (Viena, 1889 - Cambridge, 1951) bien podría ser acogida como brújula por los hablantinosos de derecha e izquierda, del gobierno y la oposición, de la capital y la provincia, del sector público y privado, de la academia y de esta séptima vertebral.
Pero cómo callar, me digo a mí misma, si es la nuestra una sociedad ruidosa; tememos al eco de nuestra conciencia y por ello el ruido es nuestra muletilla; se mimetiza en música, en audio de televisión, en perorata de compañero de escritorio, en catarsis de leguleyo y de legislador, en alocución de Santos y en los recurrentes 140 caracteres de Uribe. Nacemos con ruido, amamos con ruido, morimos con ruido.
Incapaces de callar hemos arrinconado la palabra, la hemos obligado a parir su crisis. Necesitamos del silencio para abordar este momento histórico, ese que no es aún la paz pero sí su embrión. No se trata solo de dar el sí o dar el no o de matarnos esta vez en sentido figurado a boca de urna en un plebiscito feroz, sino de pensar de manera callada antes de hablar porque “todo aquello que puede ser dicho, debe ser dicho con claridad”.
Hoy más que nunca necesitamos del silencio. Porque tanto el sí como el no son posturas éticas y estéticas y según la tesis de Wittgenstein, de la ética y de la estética, que son una y la misma cosa, no se puede hablar; solo desear. Deseamos la paz o deseamos la permanencia en este estado de cosas. Deseamos la ética y la estética de uno u otro estado. Y el plebiscito es puerta de entrada a uno de ellos o puerta de salida.
El silencio nos puede mostrar aquello que no se revelará con discursos ni diatribas, sino con testimonios y con narraciones de quienes han estado a un lado y otro. Pero con el uso y el abuso hemos matado la palabra y olvidado el silencio.
Entonces, en automático, recuerdo a Mahmud Darwish, ese amado poeta palestino que supo de guerras y nunca vio la paz: “Cuando mis palabras eran cólera / yo era amigo de las cadenas. /Cuando mis palabras eran revuelta/ yo era amigo de los truenos/. Cuando mis palabras se convirtieron en miel/ mis labios se vieron cubiertos de moscas”.
Si nos pasa, será demasiado tarde.