Soberanía, comercio libre, y multilateralismo, son los pilares que sostienen el orden internacional contemporáneo, del que mucho se habla, no siempre con claridad, y al que algunos añaden el adjetivo “liberal”, aunque, tal vez, no dé para tanto.
Que la soberanía es un elemento esencial del Estado está fuera de discusión: no hay Estado sin soberanía. Mayor controversia suscita, especialmente en el sinuoso terreno del discurso político y el activismo académico, lo que, en la práctica, la soberanía es y no es. La inequívoca y contundente fórmula jurídica que recoge la Carta de las Naciones Unidas (la “igualdad soberana” de los Estados), contrasta con la complejidad de un sistema internacional lleno de asimetrías, fuertemente jerarquizado e interdependiente, en el que, por si fuera poco, se ha producido una acelerada “difusión del poder”.
La densificación del derecho internacional (no obstante sus peculiaridades), la proliferación de organizaciones internacionales, la existencia de procesos de integración (variopintos en sus grados de supranacionalidad), el dinamismo de las relaciones transnacionales, y la creciente consciencia sobre el desafío que plantean para el conjunto de la humanidad los riesgos globales, pueden alimentar la impresión de que los Estados son -o deberían ser, incluso- menos soberanos. La frecuente y fácil asociación de la soberanía con el nacionalismo o con el “anti-globalismo” enreda todavía más el asunto. No faltará quien encuentre, además, una insalvable incompatibilidad entre soberanía y multilateralismo, entre soberanía y solidaridad, entre soberanía y necesidad. O, incluso, quien quiera convertir la cuestión de la soberanía en otra de las aristas de una suerte de cruzada por la equidad y la justicia.
Semejante confusión puede resultar no sólo contraproducente, sino peligrosa. Entender lo que la soberanía es y no es, y el papel que juega como fundamento del orden internacional, es imprescindible para domesticarla. Y también, para navegar sin naufragar en las procelosas aguas del actual momento internacional. Sobre todo, porque en esas aguas buena parte de las olas tienen que ver, precisamente, con la soberanía. O, mejor dicho, con las soberanías.
“Soberanía industrial y sanitaria”, claves de la recuperación pospandemia, según el presidente francés, Emmanuel Macron (a quien nadie acusará de enemigo del multilateralismo). Soberanía espacial, a medida que se acelera la competencia por la exploración y explotación de los recursos del espacio ultraterrestre, e intervienen en ella incluso agentes privados. Soberanía tecnológica y cibersoberanía, al fragor de la inteligencia artificial y el internet de las cosas y su impacto potencial en la vida política, económica y social de las naciones. Soberanía disputada, y cada vez más, en el dominio marítimo, desde el mar de China Meridional al Mediterráneo Oriental y al océano Ártico. Soberanía hídrica, ante una eventual crisis mundial en el acceso a las fuentes de agua. Soberanía ambiental, de la que hablaba Brasil mucho antes de Bolsonaro…
Y quién sabe cuántas más soberanías en los años por venir, en este mundo que seguirá siendo, básicamente, de Estados, y de soberanías.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales