Una suerte de ebriedad parece haber inundado al país y no haber remitido todavía.
La ebriedad de algunas autoridades, en todos los niveles. Con su sentido de la realidad confundido, el juicio obnubilado y extraviada la prudencia (que es la virtud cardinal de la política). Dando un traspié tras otro, erráticas y recalcitrantes.
La ebriedad del liderazgo político. Del lenguaraz que no mide sus palabras. Del que sonríe cínicamente mientras contempla la catástrofe que ha estado deseando. Del que silenciosamente espera el desenlace para reclamar su parte en los despojos. Del que hubiera podido decir algo y no lo dijo. De los que dijeron lo que no era, cuando algo tan necesario pudiera haberse dicho.
La ebriedad de los vándalos, de los saqueadores, de los incendiarios, de quienes han provocado el caos y sembrado la destrucción, amparados en la bandera de una movilización que han pretendido secuestrar con su violencia.
La ebriedad de aquellos que se deben, por ley y por oficio, al cuidado y protección de sus conciudadanos, y que, por el contrario, han arremetido sin proporción ni justicia contra ellos, violentando la dignidad de unas insignias que a pertenecen a todos los colombianos pertenecen.
La ebriedad de quienes no han detenido ni a los unos ni a los otros.
La ebriedad de quienes han hecho de la protesta una extorsión criminal en contra de sus compatriotas, y se atribuyen por la fuerza el poder de decidir si los insumos, los alimentos, o las medicinas, llegan o no a sus destinos.
La ebriedad de los medios de comunicación y de las redes sociales, que reproducen miméticamente hechos y versiones sin discernimiento alguno; invadidos de ruido y furia que nada significan; por donde circula un alud de provocaciones encubiertas tras el lenguaje de las denuncias y las reivindicaciones.
La ebriedad de los opinadores convertidos en activistas, de los periodistas convertidos en opinadores, de los académicos convertidos en opinadores activistas.
La ebriedad de quienes quieren hacer invivible la república, que son muchos y varios.
Contra esa ebriedad -y todas sus manifestaciones y sus consecuencias- nada puede hacerse sino con sobriedad. Sobriedad de las autoridades. Sobriedad de los líderes políticos, por encima del oportunismo. Sobriedad en el ejercicio responsable de los derechos y las libertades. Sobriedad en el cumplimiento de los deberes, y, en particular, por parte de los agentes del Estado, a quienes su investidura impone un imperativo aún más exigente. Sobriedad de los comunicadores, de los divulgadores, de quienes transmiten los mensajes que informan (o deforman) la opinión pública. Sobriedad de los profesores, a quienes se les ha encomendado la formación de los estudiantes.
Sobriedad para recuperar la lucidez y preservar la república: lo que a todos pertenece y de lo cual todos son corresponsables. Sobriedad, para pensar urgentemente el futuro. Sobriedad contra la borrachera. Porque el sueño de la razón produce monstruos, y si no se detiene a tiempo, tras la ebriedad quedará solamente la resaca.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales