Esta es la era de los gobiernos fragmentarios tipo flautista de Hamelín.
En psicología se habla de la “Generación de los fragmentos” como aquella en que los niños y mucha gente buscan la inmediatez, la segmentación, la intermitencia y la velocidad para digerir información.
Se reduce la concentración y la profundidad ; se expande el aburrimiento contra las evidencias ; prolifera lo efímero, lo intrascendente, la poca solidez.
Todo tiende a ser más simple y comprimido. Incluso las canciones son monotemáticas, raudas y, sobre todo, crónicamente repetitivas y, por lo mismo, absorbentes, posesivas.
Se privilegian los textos y vídeos muy cortos frente a los libros completos o los densos documentales en varios episodios ; se pasa compulsivamente de un contenido al otro sin permanencia, reflexión o maduración, afectando así la argumentación y soslayando la intencionalidad o los intereses textuales, iconográficos o ideológicos.
De tal modo, se corre el riesgo de lo que llamaremos ‘síndrome de malabsorción de la realidad’, esto es, una interpretación inconsistente y fugaz de los fenómenos sistémicos, con el agravante de que es en esa lógica interpretativa en la que se basa la toma de decisiones, la obediencia y la obligatoriedad.
Por supuesto, los consumidores de tales avalanchas se apropian de los destellos que les resultan más relucientes, afines, compatibles, atractivos y defendibles.
Al afianzarse en ellos, la polarización se convierte en la constante a tal punto que los proyectos hegemónicos encuentran un terreno cada vez más abonado para su dominación controladora -que, contradictoriamente, se convierte en antídoto frente al caos-.
Es así como se cae en una interesante paradoja: sintiéndose el individuo cada vez más libre y participativo por hallarse inmerso en la proliferación de corrientes de interpelación y amonestación, la comunidad, en cambio, está cada vez más cegada, sesgada y conducida tanto por esa autocomplacencia de los miembros como por la autorización implícita que se le concede al líder supremo, al conductor, llegando así a lo que podemos denominar ‘sociedad del flautista de Hamelín” ( la historia recreada en 1816 por los hermanos Grimm ).
Por cierto, esa ‘sociedad Hamelín’, dirigida al estilo del flautista, puede verse detalladamente, rostro a rostro, en el sobrecogedor óleo de James Elder Christie (1881) que se exhibe en la Galería Nacional de Escocia, en Edimburgo : “El flautista se apodera de los niños”.
Por lo tanto, la generación de los fragmentos es esa que estos gobiernos alientan y de la que, al mismo tiempo, ellos se sirven para gozar por corto o largo tiempo de las mieles del poder constituyendo anocracias y democracias iliberales por doquier.
Consolidando, en síntesis, ilusiones de democracia (‘democracias ilusorias’, podríamos decir) que, embargadas por la melodía del flautista, van siendo conducidas en su frenesí hacia la caverna o el abismo sin siquiera percibirlo ; sin sentir temor alguno.
vicentetorrijos.com