Ni siquiera un Premio Nobel de Paz caído de bruces sobre el país de manera temprana nos ha tranquilizado el ánimo, guerreristas que somos aunque muchos funjamos ahora de Dalai Lama con palomita blanca en la solapa y metralleta en la palabra.
Pienso a diario desde el dos de octubre en lo bueno que sería que pulularan también pero no de mentiritas sino de verdad verdadera émulos de Sócrates para que juntos y no en manada como los neogandhis de la Plaza de Bolívar examináramos lo que en el país hemos vivido desde ese día, a ver si nos convertimos por fin en nación y dejamos de ser suma de facciones como hasta ahora.
Como dicen que dijo Sócrates, “una vida no examinada no merece la pena ser vivida”, repito mentalmente mientras escucho por televisión los gritos destemplados de Claudia Nayibe López en el Congreso, que por demás fueron esperables: “¡Hipócritas! ¡Mitómanos! Eso es lo que hay ahí. Acá nos mienten deliberadamente y después se lavan las manos. Es falso que estamos todos por la paz”, mas no aceptables, porque quienes disentimos con lo acordado en La Habana merecemos respeto, como respeto merece el disenso.
Estamos urgidos de examinar como colombianos las cosas que nos suceden; sin rabia, sin ira, a la manera socrática, porque es una facultad que nos hace humanos; el no en las urnas del plebiscito ganó, no porque sí, sino porque así debía ser para subsanar la falta de participación social en la construcción del acuerdo, al que le sobró claqué pero desde el principio le faltó disenso.
En El Disenso o el Derecho a Disentir en la vida política, Rodrigo Llano Isaza, Veedor del Partido Liberal, advierte: “No es fácil disentir con inteligencia y tampoco es muy frecuente porque las gentes se dejan llevar de sus pasiones o de sus odios”.
“La vida política democrática se sustenta en el conflicto, en el pluralismo. Quien entra a una confrontación debe estar sometido a que si el otro tiene la razón y lo convence con sus argumentos, debe aceptarlos, porque es lo mínimo que debe regir en un encuentro de tesis entre dos contendores razonables”.
Es que el disenso nos pone a salvo de los fundamentalismos de izquierda y de derecha. Curioso que Claudia Nayibe, que tanto reivindica sus derechos como LGBTI, quiera ahora conculcar los derechos de quienes dijimos no, de manera legítima, en las urnas.
“El disenso es un componente básico de la democracia”.