Lo dice el personaje de Siete Cuentos Morales o quizás el lúcido Coetzee a través de él: “Esos tipos que están en la Casa Blanca no son más que un soplo en la historia. Llegará el momento en que tendrán que irse y todo será como antes”.
También, digo yo, son un soplo en la Historia los que están en la Casa de Nariño.
A qué tanta vanidad si el poder es un soplo. Los nuevos llenan las recepciones diplomáticas y las páginas sociales de las revistas de peluquería, ponen en calzas prietas a los relacionistas públicos que fabrican listas, mientras hay caras nuevas entre los escoltas.
Cloto está hilando en la rueca del poder y por más apetencias que tengan los recién llegados, Láquesis tiene la medida justa y en su momento Átropos cortará el hilo y todos volverán al punto de partida, una y otra vez.
La madurez vital me permite decantar imágenes. Recuerdo, por ejemplo, una mañana de 2002 entre el inicio del empalme y la posesión del nuevo gobierno. Nos preparábamos para llegar. La entrante Primera Dama junto a Clara Chica (asesora) y yo (secretaria privada), recorríamos el barrio-La Candelaria- porque Lina quería saber cosas simples: dónde venden flores, dónde arepas, dónde están las salas de teatro, dónde los cafecitos.
Solo nos acompañaba discreto el entonces Capitán Gustavo Lasso, su Jefe de Seguridad. Yo, que ya llevaba dos años viviendo en esta capital, jugaba de local y les dije: caminemos por la octava. Como cuatro parroquianos pasamos por la Casa de Nariño, justo por la fachada de ingreso de funcionarios.
Vimos a figurines de primera plana sacando en cajas de cartón sus breves pertenencias: una agenda, un tajalápiz, un borrador, la foto familiar, algún libro de cabecera y pare de contar. A pie, como en procesión, atravesaban la Plaza de Bolívar para tomar un taxi. Los carros oficiales ya estaban asignados a nosotros, los nuevos. Sus oficinas también. A mí me daba pudor recibir la mía, porque el escritorio había sido usado por el expresidente Carlos Lleras Restrepo para mandarnos a dormir esa noche del 21 de abril de 1970.
Siempre recordaré las palabras de Lina: “Dentro de cuatro años, seremos nosotros; por favor, trabajemos con humildad”. Eso hizo ella durante los ocho años de gobierno de Álvaro Uribe Vélez; eso predicó, eso enseñó. Ella sabía que el poder es un soplo.
Pienso en esto mientras envío solicitudes de trabajo a funcionarios de postín que en esa época fueron mis allegados y que hoy mandan mis misivas al departamento de PQR (peticiones, quejas y reclamos). No hay lío. Todavía puedo hallar oficio con Linkedin y El Empleo.Com. Así funciona la rueca del poder, no la del servicio público, que requiere humildad y considerar un par al otro.
Qué falta le hacen a Colombia servidores como el expresidente Darío Echandía (1943 a 1944), quien pudo decir a voz en grito en un debate en el Congreso (1944): “La vida ha sido demasiado generosa para mí, tan generosa que me ha permitido llevar con desenfado, sin pesadumbre, el lujo exquisito de ser pobre… Soy un verdadero empleado público, que entró pobre al Ministerio para salir más pobre de él”.
El poder es un soplo, una brizna en la rueca de la Historia.