Se hacen cortos ya los días para que llegue el plebiscito que con tanta maña ha urdido el actual Presidente con su costoso equipo de asesores.
Los analistas de ambos bandos lo hemos dicho casi todo. No ha habido esquina, medio de transporte público, aula de clase o reunión social, donde no se haya hablado del famoso acuerdo de La Habana, no firmado aun, pero, en cambio sí, aprobado a las volandas por el Congreso, donde no se repitan los argumentos de las partes. Los medios de comunicación casi que agotaron todos los posibles titulares y es evidente que ahora se repiten.
Empieza a notarse cierta fatiga entre los posibles electores, aunque muchos no se decanten todavía entre una u otra opción. Algunos incluso manifiestan su hastío ante los reiterados anuncios, mes tras mes, de que el acuerdo estaba listo.
Es verdad, mucha tinta hemos gastado en el desigual debate, tanto los defensores del No, con las arcas casi vacías e inexistentes canales publicitarios; como los del Sí, con su maquinaria perfectamente lubricada con recursos frescos, además de enormes cajas de resonancia para sus argumentos y también multiplicados en muchas organizaciones que hacen casi imposible la vigilancia sobre el uso de sus finanzas, pero que, como lo notaria cualquier bisoño observador, están a punto de sobrepasar los confusos topes de gastos establecidos por la débil autoridad electoral.
Pero, siendo notorias las anteriores circunstancias, no son ellas las más sorprendentes en este desigual debate. En lo que todos coincidimos, es en que se le fue la mano en generosidad a los negociadores del Gobierno. Aun frente a tan notorio hecho, los más fervientes partidarios del Sí, solo atinan a decir que sin esas ventajas no habría sido posible convencer al grupo terrorista para aceptar el acuerdo y que, según ellos, es mejor una paz imperfecta que la continuidad de la confrontación.
Para resaltar su error y con la esperanza de hacerles corregir su posición, he tratado de buscar en la historia, la mitología o en la filosofía popular, algo que sirva como argumento en contrario. Después de descartar algunos como el equivocado tratado de Versalles o el acuerdo de Múnich en el que Hitler manipuló a Chamberlain; no he encontrado mejor relato, pero al revés, claro, que aquel de Leonidas en Esparta quien con solo 300 de los suyos, contuvo al enorme ejército invasor en la batalla de las Termópilas. Allí los griegos quedaron empeñados ante el arrojo suicida de ese puñado de valientes.
Aquí, por el contrario, de triunfar el Sí, 47 millones habremos sido sometidos por solo nueve mil alzados en armas, que arrinconados lo ganarán todo y además les quedaremos debiendo. Nunca tan pocos ganaron tanto…
*Profesor Universitario y consultor empresarial