Tío Sam o Vania | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Junio de 2024

El carácter estadounidense fue idealizado en el siglo XVIII, mediante la diosa Columbia (1738). En el siglo XIX, fue satirizado mediante “Las aventuras del Tío Sam, en busca de su honor perdido” (Fidfaddy, 1816), y el trágico presente del breve o efímero Sueño Americano, me invita a conectar con una obra teatral publicada antes de la Revolución Rusa: Tío Vania (Chéjov, 1897).

La crisis existencial conflictúa a los miserables o desagradecidos personajes, quienes intentan aparentar que están bien mientras se parasitan; esos caprichosos no se entienden a sí mismos y su ausencia de empatía emerge, aunque comparten la sensación de tedio, frustración o desilusión, tras reconocer que desperdiciaron sus infaustas vidas defendiendo causas ajenas, o apostando por aspiraciones trivializadas.

Note que procuro extraer lecciones morales o de vida de un texto que quizás no tenía dicha pretensión. Como sea, escudan sus carencias tras la soberbia, el sarcasmo o el apego a los espejismos; y la resignación es la única salida, porque saben que no pueden cambiar sus circunstancias.

La piedra angular de la obra es el trabajo duro, desvirtuado en su propósito porque no dignifica. Y todo lo antedicho desluce como sucede en nuestra época, donde se justifica la tolerancia hacia la monótona e insufrible realidad, que tiende a contagiarse de desgaste (“burnout”), y desesperanza aprendida.

Como puntos comunes, los tecnócratas perjuran saber, pero en la práctica esos ignorantes están sobrevalorados y resuelven nada. Además, los ciudadanos perdieron la fe en las instituciones, que se agreden entre sí, y en la “voz de dios”, cuya expresión es disonante o se atenúa cual secreto de confesión.

Respecto a la economía, el monetarismo fiduciario embriagó a la sociedad con dinero que no existe; y el sustento para la adicción al crédito depende de supuestos o expectativas que rayan en la locura, por su inconsistencia, inexactitud e incertidumbre.

Sobre la gestión humana, persiste la creencia de que sólo los perezosos son incapaces de prosperar, aunque la falta de realización personal es moneda corriente entre las mayorías que acumulan periodos de insatisfacción ocupacional, estancamiento profesional o inseguridad laboral.

Sinsentido, casi todos se quejan a diario (de su presente), repitiendo que sus vidas pudieron haber sido diferentes si hubieran hecho caso a sus latentes o indescifrables talentos, al tiempo que renuncian a cualquier esfuerzo para cambiar de alguna manera su experiencia en el futuro.

Del primer acto, rescato que “el hombre está dotado de la razón y del poder de crear, para aumentar lo que le ha sido dado, pero hasta ahora sólo ha destruido”, y del último que “la falta de sentido o locura es el estado normal del hombre”, y que a pesar de ser inteligentes y honrados “nos volvimos tan cínicos como los demás”, mientras esperan sus muertes para descansar. 

Aunque Vania se llama Iván Petróvich, fusionando a los perversos presidentes más recientes de Colombia, este texto está motivado por el falso dilema Biden-Trump, que promete y cumplirá más de lo mismo: nada relevante para quienes han arruinado sus vidas eligiendo respaldar personajes como ellos, y propuestas como las que representan.