Tolerancia | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Agosto de 2016

“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia”.

Es la famosa paradoja de Karl Popper, contenida en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, que debería estar tallada en el arcoíris de Colombia. Hemos reducido la tolerancia a un asunto de aguante, a un “deje así” como en La Pelota de Letras de Andrés López.

Confundimos el alma de palabras como tolerar, soportar, aguantar y padecer. Creemos que usar una u otra es capricho semántico y que todas son sinónimas. Pero las palabras tienen vida propia y su uso no puede ser acomodaticio como nuestras conciencias; o puede serlo, pero no de manera impune. Uno paga el costo de sus palabras.

Soportar es sostener o llevar sobre sí una carga o peso; aguantar es reprimir o contener y hasta resistir; padecer es sentir física y corporalmente dolor o pena cuando no castigo; en cambio tolerar es aceptar al otro desde el respeto como un legítimo otro en la convivencia. Sin peros.

Las trampas del habla, los eufemismos, el lenguaje políticamente correcto que usamos son una máscara, una muletilla para soportarlos, aguantarlos o padecerlos, sin honrarlos en su diferencia; los padecemos, como se hace con una enfermedad.

Somos intolerantes con piel de oveja. Creemos ser tolerantes y con esta falsa tolerancia aspiramos a un océano de mermelada donde vivan todos, mientras esos otros lo hagan  bien lejos; esos a los que en secreto llamamos maricas, negros, indios, pobres, retardados, desechables, inválidos. Pero que en aras de la socorrida tolerancia nombramos como gais, afros, indígenas, desposeídos, especiales, con capacidades diferentes.

Tolerar no es un verbo pasivo. Es activo. La tolerancia no me ocurre. Salgo al encuentro de ella. No me llega. La construyo. No es fácil. Acarrea cambios epistemológicos y ontológicos. Duele. Es deconstrucción. Es abdicar a los propios prejuicios.

“Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos”.