A la manera socrática solo sé que nada sé; por ello nunca podría proferir una frase como usted no sabe quién soy yo, porque ni siquiera yo lo sé, ni me interesa saberlo, ya que no quiero ser cosa acabada, ni perder el asombro ni dejar de sorprender al otro con mi naturaleza cambiante
Por supuesto que a lo largo de mi vida como persona, ciudadana, periodista y filósofa, he aspirado siempre a ser cosa distinta a un tomate, cosidad -como diría Heidegger- a la que me ha reducido mi vecino puerta con puerta: Carulla de Rosales, cuando decidió que no soy sujeto de derechos o, a la luz de la teoría de stakeholders, un actor impactado por el eco de su actividad económica.
Los tomates de Carulla necesitan energía extraordinaria que no puede proveer el viejo cableado de un barrio tradicional que siempre albergó familias hasta que la avidez de los comerciantes le puso el ojo a su ubicación estratégica.
La planta generadora de energía con la que Carulla asegura la calidad de los tomates, creo que es legal. Estoy segura de que el Grupo Éxito tiene todas sus licencias en orden. Por supuesto que el ruido no excede los decibeles que la Secretaría de Ambiente permite, porque no es El Fabuloso ni Céntrico. Pero produce todo el día estrépito, rugido, vibración, eco, retumbo, parecido a los estertores de un avión.
Quizás haya sido legal poner esa planta en el viejo Rosales. Pero no es ético. Porque tal como lo dijo el pensador alemán Theodor Adorno en su Filosofía Moral, no somos éticos porque cumplamos con nuestros deberes, así como no somos corresponsables con la sociedad solo porque pagamos impuestos. Somos éticos cuando honramos la dignidad del otro. Pero yo no soy otro, soy un tomate.
La ética no solo tiene que ver con corrupción, soborno, abuso de confianza, lavado de activos, financiación del terrorismo, estafa, hurto, sino con el ethos- comportamiento- base de la legalidad. En nombre de la legalidad se hacen atropellos; desde la ética no hay posibilidad porque ella no admite términos medios.
Carulla no me considera un legítimo otro en la convivencia, como diría el sociólogo chileno Humberto Maturana. El rugido de su planta me impide escribir, leer, pensar, actividades con las que mantengo mi hogar; y mi salud, como sobreviviente de cáncer, está afectada. Soy un tomate.
Por cuenta de Carulla abandonaré la Filosofía y me convertiré en salsa napolitana. Quizás entonces reciba un poco de respeto.