Cada que muere un niño, los padres de cualquier país deben sentir como suyos los versos que el poeta peruano César Vallejo escribió por allá en 1918: “Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios: Como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / Se empozará en el alma…/ Yo no sé! (Los Heraldos Negros).
La tragedia que acaba de ocurrir en Bogotá con la muerte de dos hermanos de 7 y 10 años a causa de la ingesta de Tramadol, un opiáceo que les fue suministrado equivocadamente por su madre, a quien a su vez se lo habían dispensado erróneamente en la farmacia donde acudió para obtener un desparasitante -Albendazol- que su pediatra les había prescrito, es una de esas situaciones que describe Vallejo como del odio de Dios.
Se trata de una cadena de errores tan absurdos que parecen el guion de una mala película de terror estilo “Destino Final”. Son tragedias múltiples. La de la cadena de farmacias que rápida y empresarialmente muy responsable reconoció el error de su empleada; la de la empleada que cometió el yerro y fue despedida; la de la madre que perdió sus dos pequeños hijos y la de todo el vecindario de los niños que vivió la tragedia.
Cada vez que ocurren ese tipo de tragedias, como el de tránsito en 2004 en la vía a Suba que acabó con la vida de 19 menores de edad o el del bus que se incendió por defectos mecánicos en Fundación (Magdalena) en 2014 y mató a 33 niños, se pierde hasta la fe. ¿Cómo es posible que una máquina pesada caiga de un transporte y lo haga justo sobre un vehículo escolar? ¿Cuánta mala fortuna y coincidencias hay que sumar para que eso ocurra?
O cómo lo que ocurrió en 1995 en el pabellón de recién nacidos del hospital de Kennedy donde una enfermera, cansada después de un turno de 12 horas, equivocó la medicina que debía aplicarle a los bebés y terminó matando ¡seis! La señora fue condenada por homicidio culposo, solo para agregar la tragedia del derecho penal a la del dolor de ella misma y de los padres de los menores.
La rutina y el cansancio fue la explicación dada por la enfermera para haber incurrido en un error tan grave y de consecuencias tan fatales como el que cometió. En el caso de la madre que dio Tramadol a sus pequeños, parecería que la tragedia ocurre por el exceso de confianza de la señora en el conocimiento de quien le dispensó el fármaco. Menos sumisión ante el supuesto conocimiento ajeno probablemente hubiera cambiado el resultado. Exigir la verificación de lo que le entregaban o ella misma haber comparado lo recibido contra lo recetado habría hecho diferencia.
Cuando la tragedia del Boeing de Avianca en Nueva York, una de las conclusiones de la investigación es que al piloto colombiano le había faltado rebeldía para imponerse ante el controlador que no le daba pista a pesar de las advertencias de escasez de combustible. Es la misma sumisión que a veces nos mata.
@Quinternatte