Frente a los focos de fiebre aftosa de 2017, el comienzo del fin, porque terminamos con el estatus de país libre de la enfermedad suspendido por la Organización Mundial de Salud Animal, el ministro de turno, Aurelio Iragorri, como Pilatos, salió al balcón de los medios de comunicación a bañarse las manos en público: ¡la culpa fue del contrabando!
Echarle la culpa al contrabando del desastre sanitario en que nos encontramos es buscar la fiebre en las sábanas, pues contrabando siempre ha existido desde Venezuela, como siempre hemos sabido de su descuido por la fiebre aftosa. Colombia tiene el estatus suspendido; Venezuela nunca ha tenido estatus alguno, es el lunar de la aftosa en el continente.
Por ello su frontera tenía la condición de “Zona de Alta Vigilancia” y, como su nombre lo indica, exigía un nivel de atención proporcional al riesgo. Allí la trazabilidad debía ser al 100%, como la entregó Fedegán, en 2012, cuando administró el primer sistema, el Sinigán, pero hoy nadie sabe a ciencia cierta cuántos animales están trazados y de nada sirvió la información existente.
Allí el control de la movilización a través de las Guías Sanitarias debía ser estricto y blindado contra la corrupción, como fue durante el manejo de Fedegán a través de las organizaciones ganaderas. Allí la administración del riesgo a través del monitoreo del inventario y la confiabilidad de las cifras debía ser exigente. Nadie, nunca, dudó de las cifras de inventarios y cobertura de Fedegán, como hoy sucede. Allí los ciclos de vacunación tenían que ejecutarse con rigor técnico y supervisión, y no lo fueron. Allí se abandonó también la necesaria articulación con las autoridades de policía, permanente y estrecha durante la administración de dicha federación.
La trazabilidad es un sistema de información que sigue las huellas –trazas- de un producto a lo largo de las cadenas hasta el consumidor, a partir de la identificación individual de los animales con dispositivos –chapetas- que permiten registrar los principales eventos: las vacunaciones, las movilizaciones y el sacrificio.
Pero la trazabilidad no es solo una chapeta en la oreja; lo importante es la información bien utilizada, ya sea como elemento valioso de prevención o para rastrear la enfermedad y reaccionar con rapidez frente a un brote infeccioso, para lo cual es verdaderamente estratégica. De hecho, la trazabilidad se convirtió en exigencia de los mercados en los noventa, por la llamada enfermedad de “las vacas locas”, que sólo en Inglaterra obligó al sacrificio de más de dos millones de reses.
Fedegán fue el abanderado de la trazabilidad, participó en la discusión de la Ley 294 de 2004 que la creó; diseñó, implementó y operó el primer sistema con excelentes resultados hasta 2012, cuando el contrato fue abruptamente rescindido por Juan Camilo Restrepo, como lo fue el del manejo de las Guías Sanitarias de Movilización.
¿Qué sucedió? Cuando el programa de trazabilidad había cubierto con éxito la Zona de Alta Vigilancia y avanzaba en otras regiones, la arrogancia ministerial desechó todos los avances de Fedegán y optó por volver a empezar: nueva ley, nuevo sistema, nuevo aprendizaje. Fue un costoso retroceso.
Ahora hay que avanzar con urgencia en lo que no se hizo: trazabilidad al 100% en la zona, con prioridad en fincas de exportación, vacunación supervisada, revisión de inventarios y un operativo de expedición y control de Guías. Es necesario devolverles la confianza a la autoridad sanitaria internacional y a los mercados, un reto en el cual Fedegán se pone a disposición del Ministerio y del ICA. Manos a la obra.