Al finalizar el año se ajustan los inventarios, se revisan los escalafones, se hacen los balances. ¿Cuáles son los acontecimientos decisivos que darán a 2024 su lugar -fausto o infausto- en la historia? ¿Cuáles son los avances más importantes en la ciencia y la tecnología, los que seguirán allanando el camino al progreso o acabarán -como el caballo de Troya- trayendo un regalo envenenado? ¿Cuáles son los mejores libros publicados, los que probablemente encuentren, si resisten la prueba, su lugar propio entre los clásicos? ¿Cuáles son los ganadores y los perdedores -en la política, los negocios, la farándula-, los que acaban celebrando y los que lamentan el tiempo perdido que no podrán recuperar?
Los editores de los más prestigiosos diccionarios y de las revistas más connotadas en cada uno de sus ámbitos se dedican, por su parte, a encontrar la palabra del año. La más popular, la más sonora, la más descriptiva, la más característica. La que, quizá, diga por sí sola todo lo que hay que decir.
Tres palabras podrían hacer lo suyo en el plano de la política internacional, aunque en su selección haya mucho de arbitrario (no podría ser de otra manera).
La primera bien podría ser “híbrido”. La guerra, tal como se libra hoy, es híbrida. Las amenazas a la paz y la seguridad internacionales son híbridas. Si hubiera que representarlas con una imagen, ésta sería la de la quimera: creaturas que son varias a la vez, mezcla de muchas, de tal suerte que son y no son al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto, subvirtiendo las leyes de la naturaleza y las reglas de la lógica. Las guerras híbridas no se libran solamente en campos de batalla ni entre ejércitos hostiles. Se libran en zonas grises de contornos difusos, donde se enfrentan fuerzas ambiguas; no mediante instrumentos puramente bélicos, sino con la incorporación de muchos otros. Y, en consecuencia, tanto la victoria como la derrota resultan ser también híbridas, e híbrida igualmente la paz que a la postre se establece (si lo hace) entre los beligerantes. De ahí que las ideas al uso sobre la guerra y la paz hayan dejado de ser ideas claras y distintas, y no parezca haber sino ruido y furia que nada significan.
La segunda parece un corolario de la anterior. Se dice en inglés weaponization, y en español suele traducirse como “armamentización”: la transformación y el uso como arma de guerra lo que, en principio, no lo es. Se armamentiza la economía mediante sanciones; la migración mediante válvulas o incentivos que hacen del flujo migratorio un bombardeo selectivo; la tecnología cotidiana, cuando se emplea para interferir en la política interna de otros Estados y debilitar o someter su gobernabilidad.
La tercera describe una sensación y un razonamiento recurrentes en la opinión pública y aun en entornos más sofisticados: “analepsis” -que algunos innecesariamente pronuncian flashback-. Parecería ser, para bien o para mal, que es lo que define el espíritu del siglo: la intermitente irrupción del pasado en el presente, la historia que no se repite, pero rima como anáfora.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales