Tumaco me duele, no como duelen las cosas cuando se ven en Facebook o en el tamiz de los medios de comunicación. Tumaco me duele con dolor verdadero porque un cuarto de la sangre que corre por las venas de Mariana y de Gabriela, mis hijas, es tumaqueña, legado de su abuela paterna, doña Doris Virgina Satizábal de Arias (q.e.p.d.), nativa de este puerto del Pacífico nariñense.
Tumaco, asiento de la cultura Tumaco-La Tolita, nombrada ciudad por el presidente Tomás Cipriano de Mosquera, hace parte de eso que el Papa Francisco denomina periferias; pero no siempre fue así, porque Tumaco tuvo esplendor económico y cultural.
Tumaco, cuya posición estratégica en el Pacífico colombiano unida a su ubicación privilegiada en el sur del país lo convirtieron en uno de los epicentros del conflicto armado interno.
Yo, que soy de montaña, conocí este puerto a través de las narraciones fantásticas de un pasado rico en oro y tradiciones que Carmen Arias Salinas, tía abuela de mis hijas aún sin nacer, me contaba en el balcón de su casa familiar en Buenaventura.
Tumaco ha sido foco del pillaje de senadores, empresarios, gobernantes y el Estado ha sido ciego, sordo y mudo, como si no tuviese obligación alguna con los casi 200.000 habitantes, en su mayoría negros, que no son culpables de que el puerto sea uno de los principales puntos de salida de drogas ilícitas hacia Estados Unidos y Europa, o la plaza del delito para alias El Diablo y alias El Calvo.
Los tumaqueños no son actores de segunda. Aunque el Estado lo crea. Mi trabajo como consultora senior de comunicaciones para la Iniciativa de Finanzas Rurales de USAID me ha permitido conocer gente admirable que trabaja duro para mostrarle al país el talante de sus pobladores.
Entre ellos José Hernes Klinger, líder de Chocolate Tumaco, una empresa comunitaria asociativa ubicada en la casa 43 de la Calle del Comercio que puso a salvo a los productores de cacao a salvo de la perfidia del mercado al asegurar la regulación local del precio y el acceso a mercados no convencionales, con grano seco y chocolatería.
En Tumaco hay más de 13.000 hectáreas de cacao, en manos de 6.000 familias de productores de la región, lo cual se ha convertido en una de las principales actividades generadoras de ingresos para los pequeños agricultores.
El sueño de precio justo, peso exacto y pago a tiempo, se hace realidad, porque trabajan unidos. Es la lección de los consejos comunitarios de Caunapi, Unión Río Rosario, Tablón Dulce, Tablón Salado, Chagüi, Acapa y Rescate las Varas, y de organizaciones Palmasur Sat y Corpoteva, copropietarios de Chocolate Tumaco.
José Hernes Klinger lo dice: “Estamos desarrollando acciones de rehabilitación y renovación de plantaciones de cacao, acompañando de forma permanente a los productores asociados en todas las labores de poda y mantenimiento del cultivo, como mecanismo para dinamizar el sector cacaotero y generar mayores y mejores ingresos a las familias cacaoteras del municipio de Tumaco”.
Nominados al Famiempresario Interactuar 2017, les han mostrado a los tumaqueños que la sustitución de cultivos ilícitos es posible si todos ponen su granito de cacao y ha motivado a quienes por necesidad estaban ocupados sembrando coca, a que le apuesten al dulce aroma del chocolate en paz.