(Efecto catarsis para escamparse uno de esta cruda realidad de una nave-país con un piloto extraviado, en plena tormenta). Es un personaje de fábula mi compañero de Comunicación Social, quien dice llamarse Ulises. Bastante emprendedor, desde joven. Tenía una yegua que corría en el Hipódromo de Techo y en la Gallera San Miguel un par de gallos de pelea supérstites a quienes solíamos hacer barra junto con mi primo Primitivo, buen cliente de ella. Allí nos hicimos amigos de Juan Ruiz, un joven españolete que vendía unos chuzos bien alentados y quien después montó un famoso restaurante llamado Juanillo, por la Pepe Sierra, y en el Hipódromo pudimos conocer y entrevistar para este diario a una leyenda argentina del periodismo radial, don Gonzalo Amor (q.e.p.d.).
Ulises, que montaba siempre su inconfundible Studebaker 57 color verde esmeralda, era poseedor de un verbo y una “carreta” singulares, con una imaginación sobresaliente que solía trascender la realidad, y así logró atrapar en sus redes a una linda compañera, Laura Aguilar, con mirada dormilona, bien parecida a una cantante llamada Ana, la de Jaime; pude acompañar al hombre, con otros “patos”, a llevarle un par de serenatas a la niña y nuestra primera voz era un cantante en ciernes con nombre artístico de Raúl Santi de quien, juraba el oferente, era su primo hermano. Una vez terminada la carrera, Laura se fue a vivir al exterior y perdimos sus huellas sobre la arena...
Iniciando los años 80s recibimos en Bogotá la grata visita de mi hermano Bernardo, quien traía de Montería a un amigo nuevo, un desgarbado, pintoresco y condoritesco personaje de origen paisa a quien había bautizado -no se supo por qué- “Pepe Mentiras” y tuvo mi hermano la idea de juntarlo con Ulises, a quien invitó a propósito -quién sabe para qué- y sí señores: los tres se quedaron en una cafetería cercana al Diario de la Capuchina a esperar que yo terminara mi media jornada laboral y cuando llegué al punto de encuentro me topé con Ulises, yo entrando y él camino hacia el baño- seguramente para evacuar unas cuantas Bavarias- y su saludo fue: “oiga hermano, de dónde sacaron ustedes a este hombre tan mentiroso, dijo que había sido torero profesional y todo…”
Y luego recordamos que otro primo mío tampoco lo hacía mal a la hora de echar a volar su imaginación, como cuando le preguntaron a su hermano César, quien en el 84 acompañaba la comitiva del Tesorero de Bogotá, Roy Downs (q.e.p.d.), en un encuentro de tesoreros municipales, en Pereira, “qué es de la vida de su hermano, el Capitán de avioneta Juan Carlos Jaramillo” y su respuesta fue: “hola, pues hace rato no lo veo, pero ese hombre hace de todo, nada raro que ya esté de Capitán”. Y Primitivo me recordó que antes de Capitán había sigo ingeniero mecánico, y todo lo parecía, pues en un abrir y cerrar de ojos armaba y desarmaba un balín.
Pero estas aventuras no terminan tan rápido como el espacio de esta columna. Seguiremos con ellas el próximo viernes.
Post- it. ¿Para qué se pone uno a “desasnarse” leyendo un proyecto de ley, como el de pensiones si al final Petro le fractura los pilares y umbrales y lo convierte en cadáver insepulto para pararse en su esqueleto y hacer con el sistema lo que se le venga en gana?