Muchos piensan que el mundo moderno atraviesa hoy un “desierto de ideas”. Releyendo la obra de José Saramago encontré que hace más de una década el Nobel declaró: “Yo propongo un regreso a la filosofía (…) regresar al pensamiento ¡Crear ideas!”.
Realmente, Saramago tenía razón, no es exagerado considerar al mundo actual, y más aún a Latinoamérica, como “un desierto de ideas”, donde casi todas las propuestas políticas, económicas, aún las tendencias literarias, se importan de otras latitudes, pues son pocas son las ideas que se originan por estos lares.
Desde la conquista fuimos colonizados, no solo por hombres europeos, sino por sus ideas, historia y creencias. En la era moderna el pensamiento, modo de vivir y tendencias estadounidenses invadieron nuestro continente y, más recientemente, el éxito de China y otros países orientales, como Corea del Sur y Vietnam, nos deslumbra y no pocos quieren copiar sus propuestas.
Si miramos hacia el hemisferio norte sabremos quienes somos, pues de allí sale lo que pensamos, vemos, oímos, hasta lo que comemos. Con pocas excepciones nosotros los copiamos a ellos, más ellos no nos copian. ¿Será que no tenemos nada que copiar?
La influencia más fuerte ha sido la implantación en nuestro continente austral de ideas político-económicas: el capitalismo, el comunismo, el pensamiento de Marx, Lenin, Trotsky, Mao y las propuestas de los filósofos y economistas nacidos en el hemisferio norte, ganadores de premios como el Nobel de economía, son los modelos que predominan en América Latina.
No creo equivocarme si aseguro que ni un solo pensamiento político-económico innovador se ha originado en nuestro continente.
La democracia, idea política de origen griego, adaptada y muchas veces modificada en Europa y en muchos países y culturas, es para nosotros otra importación más. Exitosa forma de gobierno, portadora de una importante mejoría en la calidad de vida de las naciones que la practican eficientemente. Sin embargo, otra idea que trasplantada a nuestro medio no ha dado los resultados esperados.
Saramago, reconocido izquierdista, declaró, no sin razón: “La democracia está secuestrada, descalabrada”. “Es como el cuento del rey que se paseaba desnudo por las calles y todo el mundo comentaba su lindo ropaje, pues era lo que debían ver, lo que estaban entrenados a ver, hasta que un día un niño inocente gritó: ¡El Rey está desnudo!, y el engaño terminó”. Para el Nóbel la democracia no sólo estaba desnuda, sino cubierta de llagas.
Hoy, en Latinoamérica, la democracia está empobrecida, hambrienta de futuro, secuestrada por la corrupción, la deshonestidad y la indiferencia. No se puede realmente llamar ‘gobierno democrático’ el de algunos países donde no votan ni siquiera el 50% de los ciudadanos con capacidad de hacerlo. Y de esos votos ¿cuántos son comprados, vendidos o negociados por puestos u otras prebendas?
Entonces, ¿cuál es la solución cuando la democracia no convoca ni funciona, y el ciudadano común es cada vez más pobre y más ignorado? Saramago dice no tener la respuesta. “Yo solo levanto piedras y muestro lo que hay debajo de ellas”, dijo con su fino humor.
La respuesta es sencilla; hay que crear ideas y soluciones. Cómo se dice aquí en el trópico, masticar pensamientos que nos saquen del subdesarrollo en que nos encontramos.
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