El agravamiento de la situación humanitaria en Venezuela, el fracaso de las medidas que impuso Trump al vecino país que no han hecho más que estimular la peligrosa injerencia de países extranjeros como Rusia, China e Irán; y el punto muerto al que ha llegado nuestra propia diplomacia que se reduce a que los gobiernos de Caracas y de Bogotá se crucen acusaciones altisonantes sin resultados concretos, impone la búsqueda de una diplomacia más fresca que, más allá de los agravios mutuos, conduzca a una mejoría concreta de la calamitosa situación humanitaria del “bravo pueblo” Venezolano.
Nuestra pertenencia al ineficaz grupo de Lima, las opacas actuaciones de este grupo, el publicitado “cerco” contra Maduro y los conciertos estériles en Cúcuta contra el régimen de Caracas, no han servido para nada. O mejor si han servido para algo: para echar discursos contra el dictador Maduro y el grupo corrupto que lo rodea. Y para que éstos le respondan a Colombia con la misma moneda verbal.
En la búsqueda de un mínimo de “real politik” hay que reconocer que estamos frente a un punto muerto de nuestra diplomacia. Como parece que lo empieza a reconocer el nuevo secretario de Estado del presidente Biden que admitió en una reciente audiencia ante la comisión de relaciones exteriores de la cámara de representantes de su país que las sanciones de Trump contra Venezuela han fracasado. Y que hay que revisarlas.
Con relación a Venezuela con quien no hemos roto relaciones diplomáticas nos comportamos uno y otro país como si dichas relaciones estuvieran rotas. Toda la imaginación diplomática del gobierno colombiano parece agotarse en los improperios semanales que puntualmente se lanzan contra Maduro. Y en Caracas se utilizan el mismo tono contra Duque. Olvidando el ABC de las relaciones internacionales que predica que no estar de acuerdo no significa que no se puedan desarrollar políticas constructivas entre países antagónicos.
El secretario Blinken en su comparecencia ante la comisión de relaciones exteriores de la cámara estadounidense dijo además algo que no debemos pasar por alto: además de señalar el fracaso de las sanciones económicas impuestas por Trump a Venezuela dijo que los Estados Unidos temían que Rusia vaya a utilizar a Venezuela como cabeza de playa para interferir en la política colombiana. Esto es grave y puede ser cierto. Las fallidas sanciones económicas de Trump se han traducido en que Venezuela -desesperada- cada vez está más cerca de Rusia, de China y de Irán para sobrevivir. Todos los contratos de exploración y explotación de crudo, de repuestos para su infraestructura, de exportación-importación de lo que tiene que ver con combustibles, depende ahora de este oscuro triangulo.
La Unión Europea con una pizca de más realismo político le ha retirado a Juan Guaido el título de presidente de Venezuela. Ahora lo trata con consideración pero sin el encumbrado título de presidente constitucional.
La situación humanitaria en Venezuela es desesperada. Y cada vez peor. Un informe del Nuevo Herald de Miami de esta semana da cuenta, por ejemplo, que al vecino país se ha quedado sin Diesel para mover su transporte interurbano y la carga pesada. Si se paraliza la flota de transporte pesado en el vecino país ello significará aún más desabastecimiento y más hambre para el pueblo venezolano. Y, por supuesto, más presión para que siga aumentando exponencialmente el flujo de refugiados hacia Colombia que ya va, recordémoslo, en 1.800.000.
Las medidas que tomó Colombia para dotar de un estatuto humanitario a los refugiados venezolanos salieron bien y han sido aplaudidas. Pero ello no basta. Nuestra diplomacia debería refrescarse en relación con Venezuela. Debería estudiar qué acciones pragmáticas pueden inventarse con el régimen de Caracas, que aún se aferra rabiosamente al poder. Y todo parece indicar no se dejará derribar a punta de discursos altisonantes. En términos de cooperación alimentaria, energética, humanitaria y de normalización de la vida económica en la frontera habría infinidad de campos concretos de cooperación entre los dos países para distensionar nuestras maltrechas relaciones, sin que eso signifique legitimar el régimen de Maduro. Lo que no podemos seguir haciendo es limitarnos a echar discursos encendidos de allá para acá y de acá para allá todos los días.