Del afán solo queda el cansancio. O la especulación disfrazada de comentario experto; la mera conjetura presentada al público como resultado de meticulosas reflexiones. No falta quien dice que lo suyo es el análisis y no los hechos, como si el uno pudiera hacerse prescindiendo de los otros. Menuda irresponsabilidad, nacida de una desmesurada idea de la propia inteligencia, y de la incontinencia que padecen quienes viven convencidos de tener algo importante qué decir, sobre cualquier cosa, a toda hora.
No había terminado aún el presidente Duque de anunciar la próxima adopción de un régimen migratorio especial para los venezolanos que han buscado en Colombia una alternativa al calamitoso estado en que se encuentra su país -por causas tan conocidas como evidentes-, cuando empezó a circular toda suerte de explicaciones y de interpretaciones, a cuál más creativa. Unos hablaron del “giro” de la administración Duque en la materia. Otros, de un “gesto” para congraciarse con Washington y “acomodarse” a su “nueva” estrategia frente a Venezuela. Alguno sostuvo que se trataba de aprovechar a los migrantes para tener mayor acceso a las vacunas contra el covid-19. Y no faltó quien denunciara la medida como una trampa electoral, destinada a ponerlos a votar, en 2022, a favor del partido de gobierno.
Como si la política de la administración Duque frente a los migrantes procedentes de Venezuela hubiera sido una política represiva, de puertas cerradas, y avara en medidas e instrumentos para facilitarles una vida ya llena de dificultades, y atender, aun con los limitados recursos disponibles, y con un enorme esfuerzo nacional y local, sus necesidades más básicas. Como si no se hubiera allanado, por ejemplo, el camino a la nacionalidad a tantos niños que, en otras circunstancias, estarían hoy en apatridia. Como si la idea de un estatus temporal de protección no hubiese estado en el radar de la Cancillería colombiana por lo menos desde noviembre de 2018, cuando se expidió el CONPES 3950 sobre migración venezolana.
Como si el gobierno Biden no hubiera reiterado su reconocimiento a Guaidó, y advertido que (al menos por ahora) no espera tratar de manera directa con Maduro, “un brutal dictador”.
Como si en algún lugar del mundo el acceso a las vacunas dependiera del número o la condición de los migrantes allí asentados.
Como si el estatus que se otorgará a los migrantes venezolanos equivaliese a naturalizarlos, cuando, en realidad, ni si quiera los hace residentes.
Por fortuna, los migrantes venezolanos no viven del afán de los analistas de ocasión, ni de la incontinencia de los expertos espontáneos, ni de la mendacidad de los políticos mezquinos. Viven del afán de cada día que pasan, desarraigados, en una tierra extraña. Un afán que no resuelve, por sí sola, la protección de la que gozarán ahora, pero que ésta hará más llevadero; por su bien, y por el bien del país que no sólo los recibe, sino que, a diferencia de otros, los acoge.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales