Sin ser defensor de oficio del presidente Álvaro Uribe, porque no soy su abogado y no conozco los intríngulis de los hechos que se le endilgan, sí creo fervorosamente en su inocencia, lo tengo -como el 55% de una sociedad polarizada- por un patriota integral y espero que en los estrados judiciales pueda salir airoso, con tal de que los jueces y magistrados de reparto sean bien intencionados y estén iluminados por los sanos principios de la ética y de lo justo.
De lo que sí puedo dar fe es de la bondad de su gobierno. Tuvo fallas, claro, como cualquier empresa manejada por seres humanos, pero la guerrillerada y la mamertada, de su gestión como primer mandatario, sólo hacen alusión a los “falsos positivos”, como si esos crímenes infames fueran inventados o patrocinados por el presidente, como si él mismo no hubiera llamado a calificar servicios a los militares sospechosos de incurrir en tales desafueros, como si no hubiera acabado por decreto con el Fuero Militar y permitido que entrara a campear la justicia ordinaria, con Fiscalía y CTI presentes en todo operativo de la fuerza pública.
Pero la Seguridad Democrática, señores, salvó a Colombia de las garras de las Farc y de toda la caterva de bandas criminales que merodeaban en campos y ciudades y que hacían del país del Sagrado Corazón de Jesús un verdadero Valle de Lágrimas. Y de eso no se acuerda mucha gente y menos lo conocieron los más jóvenes, los más vociferantes en las manifestaciones contra Uribe, que no padecieron las épocas en que para viajar entre dos ciudades por carretera teníamos que rezar tres Padrenuestros e invocar los espíritus para poder llegar al destino, como hacía yo cuando viajaba entre San Alberto, Cesar, y Bucaramanga y aun así me secuestraron en carretera tres largas horas, casi incineran mi campero, me escapé de milagro huyendo en zigzag de las balas del EPL, milagro que no pudieron certificar tres conductores y un copiloto que intentaron hacer lo mismo ese fatídico primer puente festivo del año 98; a cuatro compañeros de Indupalma los secuestró y mantuvo en la Serranía del Perijá una cuadrilla del Eln, hecho que repitieron con otro compañero que me antecedía en su carro en la madrugada de un lunes; a un colega de Recursos Humanos de otra palmera lo confundieron, aparentemente, con el suscrito, lo secuestraron y al quererse volar el día de la Virgen -diciembre del mismo año, para prender las velitas en familia- lo encendieron a bala por la espalda los desalmados insurgentes; a dos presidentes y a un vicepresidente del sindicato de la empresa los asesinaron los paras, lo mismo que hicieron tales bandidos (que incursionaron a sangre y fuego en el 94) con casi un centenar de trabajadores de una palmera cuya directiva sindical, en plenos 70s, se alternaba entre las diferentes facciones subversivas que eran la ley cuando el Estado era quimera por el Magdalena Medio.
Gente sin memoria. Es fácil blasfemar por megáfono de un hombre al que no conocieron más que por las referencias de una izquierda que se ha encargado de escribir la historia reciente de Colombia.