El gobierno colombiano, tan pragmático como iluso, ha dado durante 7 años las mejores muestras de malabarismo presupuestal.
Basándose en espejismos, ha confiado las finanzas al precio del petróleo y el postconflicto a la ayuda norteamericana.
Sintiéndose en apasionada luna de miel con los demócratas del tipo Obama-Clinton, diseñó un libreto para engrosar la ayuda procedente de Washington, de cara al posconflicto.
Engañosamente titulado "Paz Colombia", con ese libreto aspiraba a contar con 150 millones de dólares adicionales a los 300 habitualmente recibidos.
Pero, muy prudentemente, los congresistas de allá decidieron aplazar la decisión, entre otras cosas porque, en su intimidad, algo les decía que el presidente iba a ser Trump.
Cumplida la profecía, el tema se ha juntado ahora con el borrador de proyecto presupuestal presentado por el gobierno republicano para el 2018.
Un borrador cuyos detalles solo se conocerán próximamente pero que desde ya contempla sustanciales recortes en asistencia externa, siempre bajo la lógica del interés nacional.
Lógica imperturbable que, entre otras cosas, significa compartir recursos con Estados aliados siempre y cuando tales fondos transiten la ruta de una comprobada utilidad estratégica.
Dicho de otro modo, la deliberada indiferencia con la que se veía desde la Casa Blanca la proliferación de cultivos ilícitos con que el gobierno Santos complacía a las Farc durante las negociaciones (y más allá ) ha terminado.
De hecho, la ayuda ya comprometida se mantendría hasta octubre.
Pero, probablemente, el nuevo presupuesto terminará ajustando las cifras de tal modo que solo si Santos y las Farc cumplen escrupulosamente con el combate a las drogas (en toda la cadena, y no solo en unos cuantos eslabones) podrán aspirar a crecientes fondos frescos.
Fondos que solo fluirían si, además de la rectificación sincera de Santos sobre su "cosmovisión" de los narcóticos, las Farc dan muestras tangibles de que han renunciado definitivamente al uso o la amenaza de uso de la violencia en cualquiera de sus formas.
A sabiendas de que las Farc seguirán incluidas en la lista de organizaciones terroristas de su país, M. Mulvaney, el director de Presupuesto, lo ha dejado claro : "Se trata de un presupuesto de poder duro, no de poder blando, y ese es el mensaje que queremos enviarles a nuestros aliados y adversarios."
Un mensaje que, tal vez, ya no está dirigido al presidente Santos sino, más bien, a quien gane las elecciones del 2018 y tenga que decidir si prefiere continuar con la hipocresía o reinventar la cooperación para luchar a fondo contra el crimen.