“Jesús no es invitado a las fiestas de navidad”
Caía la tarde sobre la aldea y soplaba un viento helado, propio de la estación. María y José habían buscado afanosamente donde pasar la noche. Estaban cansados luego de un viaje de varias jornadas desde Nazaret a Belén, pero no habían encontrado alojamiento. El Espíritu los lleva a una pesebrera, no lejos del pueblo, donde había un buey. Allí buscaron cobijo para ellos y para el asno que había traído a María, encinta de nueve meses. Reposaron en las pajas que encontraron.
A medianoche se iluminó el lugar con una luz inimaginable y celestial y nació “el Hijo del Altísimo al que el Señor Dios dará el trono de David, su padre, anunciado por los profetas”, concebido virginalmente por María. Su madre lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre. Entonces estallaron los coros celestiales con un “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Ese canto solamente lo oyeron unos pastores de la comarca cercana, a los que un ángel del Señor anunció que había nacido en Belén “un salvador, que es Cristo el Señor”. Los pastores fueron a buscar al niño y lo encontraron, tal como el ángel les había dicho. Lo adoraron y se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído.
Unos magos de Oriente observaron una estrella nueva más brillante que sirio y entendieron que había nacido el Rey de los Judíos. Enjaezaron sus camellos y caballos y emprendieron un viaje a Judea con sus criados. Melchor, Gaspar y Baltazar se encontraron en Jerusalén donde, por aquel entonces, reinaba Herodes.
Preguntaron dónde había de nacer el rey de los judíos y les dijeron que en Belén de Judea, la ciudad de David. Herodes se alarmó y les pidió que fueran y luego le contaran donde estaba el niño para ir él también a adorarle. Los magos continuaron el viaje y reapareció la estrella que los llevó hasta donde estaba el niño y, cuando entraron en la casa, lo vieron con su madre María y, postrándose, le adoraron. Abriendo sus tesoros, le ofrecieron oro, como a rey, incienso como a Dios y mirra como a hombre. Avisados por un ángel volvieron a sus tierras por otro camino. Un ángel dijo en sueños a José que fueran a Egipto porque Herodes buscaba el niño para matarlo. En efecto, Herodes mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, para que se cumplieran las profecías.
San Francisco de Asís, en el siglo XIII inició la práctica, que se hizo universal, de armar una escena del nacimiento de Jesús para celebrar su Natividad, la que se extendió por todos los pueblos cristianos.
Sin embargo, esa fiesta ha degenerado a lo que tenemos hoy. Jesús no es invitado a las fiestas de navidad. Lo sustituye Santa Claus, un personaje extraño, inventado por Coca-Cola, que es un derivado de San Nicolás, cuya fiesta se celebra en Europa a principios de diciembre. Y al pesebre lo reemplaza un árbol de luces. Hoy la navidad es una fiesta puramente comercial. Mi abuela solía decir: “Llegó la navidad con todos sus horrores”.
Pero los cristianos debemos decir: “ven, Señor Jesús, a nuestros corazones” y celebrar con Él su cumpleaños.