En materia de democracia, la República Bolivariana de Venezuela va de mal en peor. El más reciente atentado, aunque no el último, fue contra la Fiscalía General y más específicamente contra la Fiscal General. Es la repetición de la misma historia que ya han recorrido otros funcionarios venezolanos. Chavistas en su origen que mantuvieron o ayudaron al régimen acríticamente, hasta que con Maduro, en algún momento sintieron que se estaban pasando una línea roja en materia de abusos contra los derechos de los venezolanos. En ese momento, el madurismo los declara enemigos, les inventa alguna causa judicial y los persigue hasta capturarlos o hacerlos exiliar.
La Constituyente espuria, el manifiesto fraude electoral que se cometió para su integración y la represión de la oposición al mejor estilo de Pinochet, Somoza o Castro, son evidentes síntomas de la estructuración de una dictadura en manos de una camarilla corrupta a cargo de Venezuela.
El más reciente síntoma es la solidaridad que regímenes del mismo talante le han manifestado al gobierno venezolano. Irán, China y Rusia han cerrado filas en su apoyo, al igual que Cuba. No faltan sino Filipinas y Sudán para que la indecencia cierre el círculo.
Semejante panorama es gravísimo para Venezuela y aún peor para Colombia. Para nosotros es catastrófico. Con Venezuela tenemos vínculos históricos, comerciales y, sobre todo, territoriales que lamentablemente nos crea una interdependencia tan estrecha que todo lo de allá se siente acá y viceversa.
Venezuela es para Colombia un enorme problema estratégico. ¿Puede Latinoamérica y especialmente Colombia asistir impasibles a la construcción de un satélite cubano dentro del territorio continental? O peor aún, aguantar la existencia de un estado delincuente en una posición geoestratégica tan vital como la venezolana. Venezuela aún no lo es, pero va en camino de convertirse en ello.
Hay evidencias serias del comprometimiento de varios dirigentes del madurismo en actividades de narcotráfico. La detención de algunos de los primeros sobrinos venezolanos por agentes de la DEA es apenas una evidencia. Las fortunas congeladas por autoridades estadounidenses de personas vinculadas a la administración venezolana es otra evidencia. Y el abrigo que le dan a grupos armados ilegales dentro de su territorio, que desde allá delinquen contra Colombia o vienen aquí a hacerlo para regresar a la protección del territorio y la autoridad venezolana, es un secreto a voces.
Todos saben, incluido el gobierno venezolano, que a 64 kilómetros de la frontera vive alias “Pablito” delincuente con mando en el ELN que se fugó en un extraño operativo de traslado del Inpec. Ni lo persiguen, ni lo extraditan. Lo protegen.
La inmigración masiva de venezolanos o el simple retorno abrupto de los millones de colombianos que vivían allá, puede crear toda una crisis humanitaria, pero aun siendo ese problema uno gravísimo, no alcanza la dimensión del tema de seguridad.
Los inmigrantes pueden (y deben) acogerse con todas las facilidades y garantías que puedan dárseles. Pero el verdadero lío es cómo tratar con un muy posible estallido de violencia generalizada dentro de Venezuela.
Va a haber un momento en que Colombia tendrá que tomar partido y no será por Maduro.
@Quinternatte