Intrigado por los brotes de iniquidad frente al dramático caso de Andrés Felipe Arias, me puse en la tarea de releer el fallo de 247 páginas que se fajó una furiosa ex presidenta de la sala penal de la CSJ, ponente de su injustamente drástica condena de 17 años y se me vino a la memoria algo que aprendí en la escuela de leyes: que hay dos clases de verdad: la verdadera y la formal (o procesal), que fue la que lo condenó, presumiendo la existencia de un dolo que yo no veo claro.
Conocí a Andrés Felipe Arias en compañía de su encantadora esposa, Catalina Serrano, a mediados del año 2008 en Tel Aviv, dentro del marco de la Feria Agritech; en perfecto inglés, se le veía exponiendo sus temas ante las autoridades israelíes, entusiasmado con el proyecto del conducción de aguas del Río Rancherías, en la Guajira y con su hijo consentido, AIS -Agro Ingreso Seguro- sin siquiera imaginar que sus detractores se lo irían a “rezar”, a convertir en “hijo calavera”, que a la postre lo llevaría al propio calvario, que arruinaría su vida, su felicidad y la de su familia.
Un hombre joven, brillante, seguramente intenso -metiéndole a las cosas el ingrediente del estrés que requieren- tratando de sacar al otro lado del río un largo maderamen de cosas, apuntando al desarrollo del sector agrícola. No era tarea fácil. Se requería mucho trabajo en varios frentes: el gobierno, el parlamento, la administración y una burocracia que había que alinear para que las piezas funcionaran de manera coordinada y acelerada, de acuerdo con las exigencias del proyecto.
Y lo hizo con eficiencia, mirando al desarrollo económico, con visión de futuro, como le debe corresponder a una persona honorable y transparente, quien jamás se robó un peso, un hombre de éxito y quien tenía sanas aspiraciones políticas y creyó, de buena fe, que sus ejecutorias en el Ministerio lo irían a catapultar y el AIS podría ser su mejor “caballito de batalla” y nunca imaginó que a ese hijo se lo iban a demonizar, porque seguramente no lo hubiera concebido, o lo hubiera dejado expósito.
Pero en el reino de la iniquidad todo es posible. Dijeron que Arias quería conquistar prestigiosas familias de la Costa y que se puso a fraccionar tierras para repartir gabelas, que incurrió en una serie de maquinaciones fraudulentas para alterar los términos de referencia contractual, trastocando contratos por convenios, desconociendo estudios jurídicos previos, confundiendo tecnologías con actividades científicas y tecnológicas, empoderando indebidamente al Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, acelerando indebidamente los procesos… a resultas de lo cual la magistrada de marras dictaminó que existieron contratos sin cumplimiento de requisitos legales, peculado por apropiación, violación de todos los principios de la administración con afán de cumplir un compromiso político con el sector, como si la política -el arte de gobernar- no debiera iluminar el sendero de los estadistas, como él. Lo que no dice el fallo es que al menos 12 de esos 17 años que le metieron fueron por cuenta de ser amigo de Uribe y por las chuzadas a unos micrófonos de una Corte poco Celestial, que todavía se desquita chuzando al expresidente.