Vicente Torrijos R. | El Nuevo Siglo
Martes, 12 de Abril de 2016

PLANETARIO

Parálisis

 

HABLANDO de sus negociaciones con la subversión, el presidente Santos ha dado una muestra de gallardía al sostener el otro día, desde Guatemala, que a pesar de haber puesto en riesgo todo su capital político, “al menos irá tranquilo a la tumba con paz en el corazón por haber intentado lo que cree que es correcto”.

Asimismo, el Jefe del Estado ha reflexionado sobre su obra -ahora que está a punto de comenzar la próxima campaña presidencial- y ha vuelto a confirmar su convicción de que existe una “oportunidad real, tal vez la última, de dejar el conflicto en el lugar que le corresponde: los libros de historia”.

Sin duda, al Presidente le asiste la razón en cuanto a lo del capital político.  Al haber centrado todos sus esfuerzos en el diálogo con un Secretariado ambicioso, calculador y cruel no, solo han puesto en riesgo sus arcas políticas sino que las ha vaciado a tal punto que hoy son prácticamente irrecuperables.

 

Y eso lo saben perfectamente tanto las Farc como el Eln.  Por eso lo someten a una bien sincronizada tenaza estratégica que, a pesar de la eventual firma de un acuerdo, seguirá surtiendo sus efectos, incluso, sobre el próximo Gobierno, a menos que quien llegue a Palacio sepa corregir el rumbo de forma drástica y transparente.

 

En consecuencia, cuando él habla de haber intentado lo que cree que es correcto, también está admitiendo que puede haberse equivocado.  Pero, claro, le cuesta aceptarlo y asumirlo. 

 

Generalmente, los dirigentes de un régimen presidencialista que ya han logrado la reelección se obstinan en sus pareceres más allá de la evidencia empírica y, al no sentirse políticamente responsables, se dejan arrastrar por el egocentrismo antes que ponerle punto final a sus desatinos.

Dicho de otro modo, este tipo de gobernantes prefiere “irse a la tumba”, como dice el propio Santos, antes que repensarse y retractarse en sus desaciertos porque, entre otras cosas, sienten un desaforado temor a ser presentados por la historia como un fracaso más en la mítica búsqueda de la paz.

 

Precisamente, ese temor a que la narrativa histórica le caricaturice como un idealista empedernido que se empeñó hasta el último momento en lograr un acuerdo a pesar de que la evidencia señalaba de forma contundente que estaba siendo sometido a toda suerte de engaños, paraliza y obsesiona a un Jefe del Estado que, por otra parte, ni se siente responsable ante el Parlamento ni quiere concederle validez a las encuestas.