VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 24 de Abril de 2012

Lecciones del fiasco

 

Una semana después del fiasco más grande en la historia reciente de la política exterior colombiana, vale la pena preguntarse qué lecciones deja la Cumbre de Cartagena.

1- Nunca hay que dejar que otros impongan la agenda. La que inicialmente había esbozado la Cancillería era insípida, pero auténtica. Más adelante, para tratar de que los países de la ALBA no torpedearan el encuentro, la Cancillería terminó haciendo lo que ellos exigieron y la Cumbre quedó convertida en un rifirrafe sobre la presencia de Cuba, el bloqueo a la Isla, la aspiración de las Farc de legalizar las drogas y el apoyo militar a las Malvinas contra el Reino Unido. Dicho de otro modo, sin estar presentes, Chávez, Ortega, Castro y Correa fueron quienes verdaderamente controlaron la Cumbre a control remoto.

2- Siempre conviene reconocer que existe una diplomacia de relaciones públicas -de la que toda Cumbre hace parte-, y otra muy distinta, la diplomacia estratégica, la que realmente fortalece el interés nacional. El encuentro de Cartagena quedó reducido a lo cosmético, lo gastronómico y lo turístico, así que el interés nacional no afloró por ninguna parte. ¿O es que la Cancillería ni siquiera se preguntó nunca cuál era el interés nacional en todo esto?

3- Pensar que el gran logro de la Cumbre fue plantear el tema de las drogas porque para muchos es un símbolo de progresismo y modernización, soslaya el hecho de que para otros esto es sinónimo de complicidad y connivencia. Si lo que se buscaba era abonar el terreno para una eventual negociación con las Farc, ése no fue un buen comienzo, más aún cuando el presidente Santos, navegando siempre entre dos aguas, ni siquiera ha dado a conocer su verdadera opinión sobre el tema.

4- Para muchos, la diplomacia es el arte de limar asperezas. Pero esa es una visión simplista y caricaturesca de las relaciones internacionales que lleva fácilmente a tomar como causa propia las que son ajenas y a desgastarse en causas perdidas. Es lo que hemos llamado “diplomacia bomberil”, aquella ejecutada por el propio presidente Santos cuando, creyéndose el gran mediador hemisférico, se empeñó en “apagar el incendio” de la ausencia de Cuba tan solo para lograr que los Castro lo calificaran como peón del imperio, y Morales, el de Bolivia, le llamara “presidente sándwich” (atrapado entre ALBA y la Casa Blanca).

En resumen, creer que las habilidades personales son superiores a los intereses nacionales, a los cálculos estratégicos y a la capacidad de quienes mostrándose amistosos son en verdad adversarios, distorsiona la política internacional de un país y conduce a descalabros tan evidentes como el de la Cumbre de Cartagena.