La gran guerra
“Miles de individuos que deciden ponerse en riesgo”
PARA ponerlo en términos muy simples, el Centro Nacional de Contraterrorismo de los Estados Unidos reportó hace poco que en el mundo se producen más de 10 mil incidentes terroristas cada año.
Pero las enfermedades no transmisibles como las cardíacas, el cáncer, la diabetes, o las respiratorias, es decir, aquellas que a diferencia del Sida o la gripe no son contagiosas, provocan males mucho más profundos, a tal punto que son las responsables del 63 por ciento de todas las muertes en el planeta.
Mientras que los terroristas atacan a seres humanos inocentes con clara intención estratégica, las enfermedades no transmisibles son causadas por las propias víctimas, por miles de individuos que deciden libre y espontáneamente ponerse en riesgo y causarse daño.
Tabaquismo, dietas nocivas, sedentarismo y consumo excesivo de alcohol componen ese catálogo de males socialmente tolerables e individualmente administrados que van llevando a la muerte a quien libremente así lo quiere.
Con el agravante, claro, de que semejante fenómeno autodestructivo es un verdadero ritual en el que participan muchos seres queridos como testigos impotentes, indiferentes y hasta complacientes que al ir acompañando al perpetrador con su presencia cotidiana, tejen un manto protector con el que voluntaria o involuntariamente terminan legitimando la devastación.
Así que mientras los terroristas de Hamás buscarán a fines de este mes que la Asamblea General de la ONU reconozca al Estado palestino, muchos ciudadanos de bien de todo el mundo tratarán de que este organismo trace un plan de acción para que la comunidad internacional enfrente de una vez por todas la prevención y el control de las enfermedades no transmisibles.
Entre otras cosas, porque los efectos de tales agentes destructivos no son aislados o meramente individuales y traen consecuencias sociales mucho más traumáticas de lo que parece a simple vista.
Al incapacitar a la víctima, agudizan el desempleo, reducen la productividad y elevan la pobreza, abriéndole paso a quienes insisten en achacarle la violencia subversiva a la exclusión o la miseria.
Como sea, estas amenazas globales tienen un costo calculado en 35 billones de dólares a lo largo de los próximos veinte años, con lo cual, es apenas natural que la inversión en su contra resulte altamente rentable para todos.
Ha llegado, pues, el momento de librar esta gran guerra para que alcohólicos, fumadores y obesos comprendan con claridad que más allá de su libertad individual de estropear sus propias vidas, tienen una responsabilidad global que ya no podrán evadir tan fácilmente.