VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Junio de 2012

Maquillaje
 

Tras el descalabro de la Cumbre de las Américas, el absurdo sobre San Andrés en la Corte Internacional de Justicia y la pérfida indiferencia frente a Venezuela en el caso de la muerte de nuestros 12 soldados y la tortura a 10 humildes campesinos, la Cancillería ha pretendido mostrarse nada menos que como líder mundial en materia ambiental.
Manipulando a la opinión para que olvide de la noche a la mañana la sucesión de desaciertos, la diplomacia colombiana se desvive ahora por ofrecer fórmulas, recetas, credos y decálogos para salvar al planeta.
En consecuencia, quieren hacernos creer que encontraron la panacea para que, de una vez por todas, los gobiernos del mundo se decidan a transitar por el sendero de la responsabilidad, el equilibrio y la sostenibilidad ambiental.
Creyéndose campeona de una suerte de heurística diplomática, la Cancillería consigue que el documento final de la Cumbre de Río recoja una serie de ideales que por lo obvios no suscitan controversia alguna y los exhibe ante propios y extraños como la gran revelación intelectual del siglo XXI.
Surgen, así, los llamados “Objetivos de Desarrollo Sostenible”, como si alguien pudiese oponerse o no hubiese constatado hasta la saciedad la imperiosa necesidad de luchar contra la pobreza, o procurar el desarrollo perdurable de los bosques, los océanos, el agua, así como el fortalecimiento de la seguridad alimentaria.
Inspirada en los “Objetivos del Milenio” que, de hecho, contemplan la problemática ambiental de manera bien concreta y están acompañados de mecanismos de seguimiento, medición y verificación, el Ministerio cree que ha hecho la tarea y que la misión está cumplida.
Pero semejante ejercicio de frivolidad persuasiva contrasta, en todo caso, con la física imposibilidad de lograr que los países más pudientes se comprometieran con 30 mil millones de dólares para implementar programas mensurables y específicos, o con la idea del propio Partido Verde de fijar un impuesto de impacto ambiental a las transnacionales, con lo cual, en vez de especular, al menos se podría pensar en intervenir directamente la problemática ambiental más aguda.
En resumen, nuestra Cancillería aparece dedicada a simples ejercicios de ilusionismo político para incautos, ejercicios que, inspirados en nobles y loables ideales, solo sirven para distraer al informado y para desviar la atención de quienes sufren en carne propia la desidia de un Ministerio visiblemente consagrado a distorsionar la realidad y maquillarla.