VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Agosto de 2012

Trastorno bipolar

 

Hace pocos días, el presidente Santos repetía por doquier que no tenía en mente ninguna crisis ministerial, que “no era amigo de las crisis” y -cayendo en la repetitiva trampa del álter ego (Dr. Jekyll y Mr. Hyde)-, reafirmaba su convicción en el hecho de que “el presidente Uribe nunca hizo una crisis ministerial pues lo que hacen las crisis es generar más incertidumbre y falta de continuidad en muchas de las políticas”.

Sin embargo, en un arranque de euforia e ímpetu reeleccionista, agobiado por el creciente clima de ingobernabilidad sectorial y pérdida de popularidad, Santos pasó repentinamente de un extremo al otro y desató sin desparpajo alguno la crisis ministerial del miércoles pasado.

Por otra parte, él había venido repitiendo hasta la saciedad que “no estaban dadas las condiciones para un diálogo con las Farc” y que “solamente cuando tales condiciones se dieran podría pensarse en abrir ese diálogo”.

Pero hace pocos días el propio cabecilla de las Farc “Fabián Ramírez” resucitó diciendo que sí, que Santos ya empezó a conversar con la guerrilla y que lo viene haciendo desde que visitó en Cuba al convaleciente Hugo Chávez antes de la Cumbre de las Américas.

O sea, que afanado por garantizarse la reelección y satisfacer su “obsesión” de paz (como él mismo la ha llamado), el Presidente habría pasado, repentinamente, de un extremo al otro para empezar a dialogar con las Farc aún siendo consciente de que ellas no han dejado de secuestrar, narcotraficar, sembrar minas, reclutar niños y atentar contra la población civil.

En resumen, el Jefe de Estado parece estar sucumbiendo ante una especie de trastorno político bipolar que lo lleva a cambiar intempestivamente de posición, a improvisar y caer en el populismo regional, la depuración ministerial y la demagogia pacificadora, poniéndose en riesgo de incurrir en los errores del pasado.

Errores que pueden ser muy costosos para el país, como negociar con las Farc en medio del terror, sin cese de hostilidades ni condiciones precisas, sin mecanismos de verificación, sin mediador “con músculo” y, sobre todo, sin una meta clara: ¿acaso piensa negociar un cogobierno con el Secretariado o, por el contrario, su sometimiento, la dejación de las armas y la disolución de la organización ilegal?

Dicho en otros términos, el apetito de reelección debe tener un límite muy claro porque, de lo contrario, serán las Farc y el Eln quienes terminen definiendo la agenda política nacional, empezando por las grietas ya causadas en la coalición de Unidad Nacional y la propia crisis ministerial, que aún no acaba de resolverse.

Lo que ocurre es que ese límite solo puede trazarse con claridad si el paciente reconoce el problema que lo aqueja y el Presidente se compromete integralmente a no conducir al país bajo el influjo del temible trastorno político bipolar.