VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 6 de Noviembre de 2012

La verdadera línea roja

 

El presidente Santos dijo el otro día que tenía muy claro qué podía negociar con las Farc y qué no.

Aunque no las mencionó expresamente, declaró solemnemente que era consciente de las “líneas rojas” que no podía sobrepasar en el diálogo con los subversivos. Su ministro del Interior concretó que se trataba de la Constitución del 91, el modelo económico y la doctrina de las Fuerzas Militares.

Pero si la realidad fuese tan simple, no hubiese sido necesario emprender una negociación con los terroristas. 

De hecho, mientras sostenía contactos secretos con ellos, el Presidente repitió hasta el cansancio cuáles eran las condiciones sin las cuales resultaba imposible dialogar con las Farc. 

Pero luego, como por arte de magia, ignoró esas condiciones por completo cuando tuvo la revelación de que había llegado el momento oportuno para emprender el proceso.

Del mismo modo, Santos podría caer más adelante en daltonismo político e interpretar como verdes o amarillas las líneas que ahora ve fulgurantemente rojas. Tan orgulloso como vive de su pragmatismo, no desperdicia momento alguno para condenar a las Farc por el terrorismo en el que siguen (y seguirán) incurriendo, al tiempo que su ministro de Defensa, en perfecto acompasamiento, sostiene que ningún crimen quedará impune. Pero solo son palabras. 

De igual modo, él ha constatado que todo este clima de esperanza e ilusión en Oslo y en La Habana le reportó 8 ó 10 puntos en materia de popularidad consiguiendo neutralizar la caída libre en la que andaba.

Pero ni un punto más.  Por el contrario, a medida que el sector de las Farc comprometido en la negociación comience el toma-y-dame en la mesa y fuera de ella, ese porcentaje podría diluirse nuevamente pues tan solo el 19 por ciento de los encuestados quiere ver a la guerrilla ocupando posiciones de poder y el 54 por ciento se opone a cualquier tufillo de impunidad so pretexto de “la paz”.

En pocas palabras, un Presidente que se ha trazado el objetivo de ponerle fin al conflicto en este país no puede estar pensando en su propio futuro electoral ni en someterse al imperio de las encuestas para mejorar el escenario de su propia reelección.

Tal como sucedió con Lyndon B. Johnson a finales de los 60 en Estados Unidos, el presidente Santos debería renunciar desde ahora a su reelección para que los ciudadanos podamos creer plenamente en sus líneas rojas, en que no podrá en riesgo el interés nacional y en que su apetito electoral no marcará el ritmo de las negociaciones ni de concesión alguna.