“Lamento las amenazas que denuncian los demás candidatos y pido que les garanticen su protección. Qué fortuna en la vida haber sembrado para que la única amenaza que cosechemos sea las de los abrazos y las selfies” trinó la deslenguada fórmula vicepresidencial del muy tibio Fajardo y con toda razón se armó un chispero porque hilando delgadito uno piensa qué cosas malas pueden haber hecho los 282 líderes sociales y Defensores de Derechos Humanos que de acuerdo con datos de la Defensoría del Pueblo han sido asesinados sin misericordia desde 2016 hasta hoy.
No es un tema de comprensión de lectura. El tweet de López dijo lo que dijo y ya. Es que ella pertenece a esa entelequia de “los decentes somos más” y el resto de los colombianos nos merecemos las amenazas y la inseguridad. Me extraña que ahora las minimice cuando hizo pregón mediático de las proferidas por la banda criminal de las Águilas Negras y el ex gobernador de La Guajira, Kiko Gómez.
Pero si el amenazado es su contrincante Germán Vargas Lleras o el expresidente Uribe, uno colige de su gorjeo, que más parece alharaca de lora mojada, que ellos “sembraron” las amenazas que hoy cosechan. Vea pues. Cuando le conviene, Claudia López se victimiza y cuando no, amparada en la seguridad que le da su enorme esquema de seguridad pagado por los contribuyentes, sale a esta Séptima invertebrada a tomarse fotos.
Ella, que ha hecho un suplemento de sí misma el ser víctima (de los homofóbicos, de los opositores, de los corruptos), sospecha de la condición de víctimas de los demás. Menos mal Vargas Lleras no se victimiza, aunque ha sido víctima de varios atentados y carga en su mano izquierda el precio de haber afrontado la vida como un sujeto ético activo, sin dobleces, sin ases bajo la manga.
Es que una cosa es ser víctima y otra muy distinta, victimizarse. Las víctimas escriben la historia y quienes se victimizan, solo la memoria. Y memoria e historia tampoco son lo mismo. La primera está plagada de pronombres y de juicios de valor; la segunda, es discernimiento a la manera kantiana.
Por esto me gustó oír las palabras del admirado Padre Pacho De Roux en la Casa de Nariño durante la instalación de la Comisión de la Verdad: “(…) invitamos en primer lugar a las víctimas, porque es nuestra responsabilidad escucharlas y sentir su dolor. También invitamos a los responsables de todos los lados para que ayuden en la construcción de la verdad. Queremos (que) nos ayuden a entender lo que nos pasó en un conflicto tan horrible”.
En Colombia todos somos víctimas. Solo que no todos le sacamos ganancia. Y muchos, en los campos y los barrios, son víctimas calladas. Como los líderes masacrados. Por ellos votaría. Pero no por un victimizado. Dicen que Albert Camus le dijo un día a su colega Elie Wiesel, sobreviviente de un campo de concentración nazi: “Lo envidio por lo de Auschwitz”.
En Colombia hay “competición de víctimas”, un fenómeno que el filósofo belga Jean-Michel Chaumont desentraña para explicar el prurito humano de sentirse más víctima que el otro. No votaré por una víctima eterna, como López o Petro, que obliguen tácitamente a sus seguidores a ser delegatarios de su pena, como si uno pudiera heredar el dolor.
Quiero un gobernante que escriba una nueva Historia (con mayúscula) y no más storytelling. Hemos lloriqueado demasiado. Empecemos a pensar. A pensarnos.
Votaré por Vargas Lleras.