Víctor G Ricardo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Julio de 2015

 

 

“Desarmar espíritus y corazones es esencial”

UN RETO

Cultura de paz

 

EL  proceso de paz debe ser no solo un proceso de transformación, centrado en el valor supremo del ser humano, sino un proceso de cambio de una cultura de violencia hacia una cultura de paz. Por eso no debe ser solo un intento para por la vía negociada terminar el conflicto armado, sino que debe ser un proyecto de Estado por la restauración de la dignidad de todos los colombianos. Por eso se hace necesario un gran trabajo por establecer una cultura de paz, máxime cuando nuestro país está enfrentado a difíciles condiciones sociales, económicas y políticas.

Es innegable que construir la paz de Colombia, que tradicionalmente nos ha sido esquiva, se asoma, siempre y cuando los acuerdos sean en el marco supremo de nuestra democracia, acuerdos sólidos y por tanto sostenibles y enmarcados en los preceptos de la verdad, justicia y  reparación. Alcanzar ese bien moral y político que es la paz es un compromiso que debe cobijar al cuerpo entero de nuestra sociedad. Mucho del éxito del proceso de paz depende de la ciencia y la técnica. Más que del triunfo de las posturas ideológicas, la reconciliación depende de la eficacia y la eficiencia de las reformas que necesitamos. Por eso la labor pedagógica por una cultura de paz comienza por fortalecer el valor del diálogo entre los colombianos cualesquiera que sean nuestras diferencias. De ahí que la tarea de desarmar nuestros espíritus y nuestros corazones sea esencial. Claro está, esto no significa que se deje de decir lo que pensamos. Eso solo lo explica la cultura de violencia que hemos venido generando en cincuenta años de conflicto  y es una de las prioridades que debemos transformar por una cultura de paz. Cuando concluía mis labores como Alto Comisionado de Paz, un periodista me preguntó: que en su concepto qué dejó de hacer y mi repuesta fue: 'me faltó primero hacer la paz entre nosotros para poder hacer la paz con las guerrillas'.

Todo esto nos debe llevar a reflexionar en el reto que tiene el Gobierno y que en los diálogos de La Habana no debemos esperar solamente acuerdos y decisiones de transformaciones concretas sino que debemos concebirlo como la forma de ponernos de acuerdo sobre el propio desacuerdo. Ese es un marco amplio en que podamos tramitar las diferencias en la democracia y por ello no podemos olvidar que ella constituye el marco ético y las reglas del juego de la paz.