Por allá en 279 a.C. el monarca heleno Pirro obtuvo frente a los romanos, en la batalla de Ásculo, un triunfo tan ídem, que lo llevó a pronunciar su frase histórica: “con otra victoria de éstas, estamos perdidos”. Y nos trae a la memoria algo ocurrido en este país del Sagrado Corazón de Jesús en febrero de 2010, cuando la Corte Constitucional, por siete votos contra dos, declaró inexequible la frustrada ley que convocaba a los colombianos a pronunciarse sobre una segunda reelección del mejor Presidente que ha tenido Colombia, Álvaro Uribe Vélez, y además de recalcar los infaltables vicios de forma -que no se le niegan a nada- se metió al fondo, y sentenció que esa norma violaba principios como la separación de poderes, la alternancia democrática y el sistema de pesos y contrapesos establecido por la Constitución del 91. Y mucha gente aplaudió el fallo como un gran triunfo de la institucionalidad y de la democracia.
Pero la felicidad no duró mucho tiempo y ocurrió todo lo contrario. Un tercer período de Uribe nos hubiera ahorrado un largo, costoso y doloroso proceso de paz de mentiras, hubiera permitido someter a las guerrillas, paramilitares y clanes de todos los pelambres, hubiera reducido a su mínima expresión el secuestro, la extorsión, el narcotráfico y el microtráfico, hubiera acabado de rescatar las carreteras, la actividad agropecuaria, la industria, el comercio, el turismo, la inversión extranjera y todo el mundo, como él mismo, hubiera podido conjugar tres veces el verbo trabajar. El país sería otro, muy distinto al remedo de republiqueta que hoy tenemos al vaivén de los caprichos de un presidente delirante, resentido y dispuesto a llevarnos de cabestro al precipicio, tratando de esculpir su añorado paraíso socialista.
¿Y por qué en otros países, con pésimos mandatarios, sí se ha podido prolongar el período presidencial? En Ecuador, el imputado Rafael Correa fue reelegido dos veces; en Nicaragua, el señor exguerrillero Ortega lo ha sido por cinco períodos; en Venezuela, Hugo Chávez lo fue en tres período y si mi Diosito no se acuerda de él, se hubiera anotado un cuarto, pero chutó el balón al “burro” Maduro, para que se encargara de rematar uno de los países más ricos de América hasta dejarlo en la ruina, debiendo recurrir a un presidente vecino para que le salve Pdvsa, su empresa insigne, porque la quebraron y se la robaron entre Chávez, el burro y demás “semovientes” que por esta temporada navideña adornan el pesebre bolivariano; en Rusia, donde el Hijo de Putin “desmanda” desde hace 23 años, con un breve interregno en que nombró a un títere de nombre Dimitri; en Corea del Norte, donde el tirano Kim Jong-Un apenas lleva 12 añitos (es un bebé); en China, donde Xi Jinping ajusta su tercer período, pasó de 10 años, y en Siria, donde el Sátrapa Háfez al-Ássad ajustó 23 años masacrando a su pueblo.
Hay que distinguir las cosas. Acá, por salvar el “sistema de pesos y contrapesos”, logramos la victoria pírrica de defenestrar a un gran estadista y en otros países los mandatarios han tenido todo el tiempo del mundo para llenar la cárcel de “presos y contrapresos” inocentes, arrastrando consigo el Estado de Derecho, la libertad, la seguridad, la justicia y la paz.
Post-it. Y hablando de plebiscitos, ¿qué tal el que grita la gente enardecida en los estadios de Colombia?