El mundo está nervioso. Casualmente este miércoles tuvimos un simulacro de evacuación en Colombia (ojalá no sea un mal presagio de lo que pudiera ocurrir en el Oriente Medio y en el mundo entero) con la guerra planteada entre Israel y el mundo “civilizado”, por un lado, e Irán y el Líbano, otros países árabes, Rusia, China, Venezuela, Nicaragua, Cuba y Colombia, por el otro, porque nuestro mandatario, sencillamente, nos cambió de bando de la noche a la mañana -“is the change, stupid”- y entonces los colombianos quedamos entre dos fuegos, porque ahora somos aliados de Irán y Petro recién “lamenta” la muerte del líder del Hezbollah, pero jamás lamentó el reciente alevoso ataque terrorista de Hamás contra Israel.
Irán está preso de la “ira santa” tras la muerte de su protegido líder del grupo terrorista del Hezbollah (“partido de dios”), Hassan Nasrallah y del revolucionario iraní Abbas Nilforoushan, subcomandante del cuerpo de seguridad, quienes fueron borrados del mapa por las Fuerzas de Defensa de Israel en un ataque aéreo en Beirut. La respuesta terrorista no se ha dejado esperar y han enviado desde Líbano ataques indiscriminados contra Nazareth, tierra sagrada -cuna de la Virgen María- y ahora Irán, en cabeza de su “iluminado” presidente, ordena lo propio, con el envío de 200 cohetes como respuesta a su agresión.
Mes de ingrata recordación para Israel: el 7 de octubre pasado, los judíos andaban en Shabat, ritual de recogimiento familiar y obligatorio descanso, cuando fueron sorprendidos por cuadrillas terroristas islamistas, que por cielo, mar y aire incursionaron desde la Franja de Gaza para masacrar civiles y descuartizar a cuanto niño se encontraran en su éxodo de terror. Todo el mundo los reprendió en notas oficiales, con excepciones como Colombia, cuyas relaciones diplomáticas son dirigidas desde un aparato celular por un señor que anda metido en una caverna nebulosa y bien nos puede arrastrar a una confrontación con Israel. También le serviría de “cortina de humo”, para distraer la atención sobre esta guerra interna intensificada, donde jamás habrá paz total, como no la habrá en el Medio Oriente, santuario de unos terroristas embaucados dentro de una doctrina cuyos eruditos coinciden en augurar que Alá recompensará a los mártires de la Yihad (“guerra santa”) con 72 vírgenes para cada uno.
Y recordemos que 51 años antes, el sábado 6 de octubre de 1973, día del Perdón (Yom Kippur), el más sagrado del calendario hebreo, que coincidió con la celebración del Ramadán árabe (mes de ayuno y reflexión), ocurrió algo importante para su historial de guerra: el colectivo de países árabes, liderados por Egipto y Siria, pretendieron rescatar parte de los territorios perdidos en la Guerra de los 6 días de 1967, cuando Israel conquistó la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los altos del Golán. Y todo transcurrió bajo una mirada oblicua y unos dientes en modo rechinar de USA y la URSS. Allí, en pleno Yom Kippur, todo el mundo, con su primera ministra, Golda Meir, andaba rezando en la sinagoga y jamás imaginaron las intenciones malévolas de sus “enemigos naturales”.
Post-it. El conflicto se escala. Israel acaba de declarar persona non grata al secretario general de la ONU -ente que suele servir para lo que sirven tres tomates verdes- y quiera Dios que Irán no programe algo nuevo y extraordinario para esta semana y que “el hijo de Putin” no se meta, porque allí sería “apague y vámonos”.