Tamaña sorpresa la que estamos viviendo los colombianos de cara a la actual campaña por la Presidencia de la República, cada día, cada semana, salen al conocimiento público diferentes informaciones que escalonadamente sorprenden al electorado. Se está desarrollando una estrategia de seguimiento y desinformación cruda y rampante, que enrarece el ambiente y la sana evaluación que el ciudadano desprevenido, pueda hacer de cada candidato y su entorno tanto pasado como presente y futuro.
En elecciones anteriores se han vivido duelos donde los antecedentes de candidatos, por fuerza de las circunstancias salen a flote, pretéritos con actuaciones desafortunadas o infaustas, decisiones incoherentes en cargos públicos o persecuciones de adversarios en estado de desamparo, aun, referencia sobre negocios, sociedad y empresas que generan dudas sobre cierta estatura moral de la persona, pero se observaba un tácito código de ética, donde temas personales, referencias familiares -un tanto vergonzantes y dolorosas- nunca se tocaban y mucho menos se exponían al escarnio público, pues la parte más importante de la contienda electoral se sustentaba en las propuestas, que eran rebatidas o desvirtuadas por improcedentes e inoportunas ante un electorado que asistía al debate con la curiosidad de escuchar exposiciones elocuentes, salpicadas de ideas y programas estudiados, considerados y respaldados por todo un partido político que acompañaba al expositor.
Es urgente en estos últimos días retomar la discreción y el respeto por el adversario. Son los proyectos y conceptos los punto de quiebre hacia el futuro político del candidato; el tiempo se nos termina, nos resta una semana muy agitada, ojala prudente y razonada, porque solo quedarán en la retina del electorado aquellas posiciones de rivalidad y ofensa que en nada ayudan a una escogencia pensada y reflexiva. Es imperativo recoger el sonrojo que produce asistir a un ejercicio electoral, que a ojos internacionales genera extrañeza y desasosiego, el país no merece ese deterioro que hoy cobija nuestra imagen democrática.
No podemos, por último, dejar en el tintero la referencia a ciertas posiciones un tanto disonantes de cara a los resultados de nuestras elecciones. Recordemos que la grandeza del hombre se manifiesta con solvencia ante el triunfo o la derrota. Es inconcebible que los participantes en la contienda electoral, aun sin conocer los resultados del evento, están manifestando prevención, recelo y suspicacia. Triste colofón escuchar amenazas veladas ante una derrota inexistente, desconcertante asistir a un escenario donde el triunfo sea cuestionado sin producirse ya que eso se traduce en derrotismo, inseguridad y animadversión por el evento en sí mismo. Qué saludable sería ver al perdedor, sustentado en la democracia, asumir una oposición acorde con su pensamiento, en aras de presionar el gobierno a contemplar aquellos programas y proyectos presentados en campaña. Esa posición de senador que le confiere la ley, facilita una actividad privilegiada, coherente y patriótica.