El análisis de riesgos y la asesoría para gestionarlos (lo que quiera que sea que eso signifique) se han convertido en las actividades frecuentes de los expertos en asuntos políticos, económicos, e internacionales. También, en lucrativa veta que explotan -unas con más seriedad que otras- innumerables firmas de consultoría a las que recurren gobiernos y empresas en todo el mundo. No a Nostradamus, sino a estas y aquellos, habría recurrido Catalina de Médicis (“madame serpiente”, para sus contemporáneos, especialmente para sus víctimas), de haber vivido en este siglo, tan tumultuoso como el suyo.
(Aunque, ciertamente, como hubiera podido decirlo Tolstoi, todas las épocas tranquilas -suponiendo que las hay- lo son del mismo modo, mientras que cada época turbulenta se agita a su manera).
A falta de horóscopos y astrologías, los reportes sobre los riesgos que informarán el panorama mundial este año -tanto en el sentido de dar forma, como de dar noticia de algo- se convierten en lectura casi obligada para quien aspire a tener alguna opinión sobre cualquier cosa, y, sobre todo, para quien crea que merece la pena compartirla.
La Economist Intelligence Unit se adelantó a todos los demás, al presentar en octubre del año pasado su previsión del panorama de riesgos mundiales para 2024. Pero la temporada, como tal, apenas está comenzando. El magazín Foreign Policy publicó este viernes la séptima versión de su pronóstico anual, advirtiendo, por un lado, que épocas sombrías requieren una sobria evaluación de cada desafío; y, por el otro, que a pesar de la credibilidad que les genera su propia valoración de los riesgos, “incluso un juicio de confianza alta o media puede resultar equivocado”. (“No acertar no es haber hecho mal trabajo” es, en efecto, el lema incomprendido y la autojustificación de todos los “riesgólogos”). Eurasia Group, la consultora de Ian Bremmer -uno de los gurús más destacados e influyentes del gremio- divulgará mañana su propio inventario de riesgos geopolíticos.
Para rematar, como viene ocurriendo cada año desde hace casi dos décadas, el Foro Económico Mundial dará a conocer en unas semanas, durante su encuentro anual en Davos, su Reporte de Riesgos Globales (tal vez el más connotado del género).
Resulta comprensible el éxito y proliferación de estos estudios y diagnósticos, que se han hecho prácticamente imprescindibles para quienes tienen que tomar decisiones del mayor calado en todos los sectores. Sería injusto y necio negar su utilidad. Pero tanta “riesgología” puede acabar en la indigestión (¿quién hay capaz de asimilar y procesar tantos riesgos, tan distintos en su naturaleza como en su probabilidad y potencial impacto, al mismo tiempo?) o en la irrelevancia.
Como todos los seres vivos, los humanos están condicionados evolutivamente para reaccionar ante las amenazas inmediatas, mientras que fácilmente pueden acostumbrarse a vivir riesgosamente, con la falsa ilusión de haberse adaptado. Es la tragedia inherente a los riesgos:. Sería imposible vivir (y sobrevivir) con una conciencia permanente, exacerbada y asfixiante, de ellos; y así, por mucho que se hayan advertido reiteradamente -o precisamente por eso- casi siempre se los toma en serio cuando ya es muy tarde.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales