Aunque es evidente que no solo por causa de la pandemia sino por muchos otros factores -algunos nuevos, otros estructurales-, Colombia afronta hoy una situación económica y social muy grave que reclama soluciones concretas -muchas de ellas urgentes- y propuestas serias con el objeto de superar enormes dificultades, nuestros políticos y algunos medios están empeñados en plantear desde ya el tema de las candidaturas presidenciales para 2022.
Todo gira alrededor de nombres y figuras, no tanto para escoger a los mejores candidatos sino con el propósito perverso y desleal de bloquear candidaturas o de impedir toda posibilidad electoral a personas que han demostrado aceptación popular. Con tales finalidades, se arman, se desarman y se vuelven a armar coaliciones, grupos y alianzas sostenidas por elementos superficiales -como la supuesta imagen-, adicionados por artificiales posiciones (como la “tibieza” o el “extremo centro”), pero sin consideración ni preocupación alguna por el fondo de las ideas, las propuestas y los programas que en todos los frentes necesita el país real.
El Gobierno, por su parte, también más preocupado por su propia imagen y por la comparación entre cifras, sondeos y estadísticas que por la gravedad de asuntos tales como las masacres y los crímenes de todos los días, prefiere la propaganda, incomprensibles gritos ante las tropas, la “v” de una victoria inexistente y las reiteradas y siempre incumplidas promesas según las cuales “el que la hace la paga”, pese a la endémica impunidad vigente. Esos asuntos, al parecer, no tienen importancia, ni para los actuales funcionarios, ni para los órganos de control, ni para los aspirantes políticos.
Tampoco preocupa al Estado, ni a los partidos políticos, gremios y los posibles candidatos la muy extendida y creciente desigualdad. Ni la existencia de regiones y localidades completamente abandonadas, en donde falta la salud y la educación, y en donde la población sufre, además de la pobreza, el hambre, el desempleo y el coronavirus, por la amenaza y el dominio de organizaciones criminales, narcotraficantes y terroristas que se han adueñado del territorio y que -ante la incapacidad de las autoridades y cuando quieren- matan, persiguen y desplazan a los habitantes, como lo hemos visto en días recientes. Colombianos olvidados por los demás colombianos.
¿Y qué decir de los enormes daños que nos está dejando -porque no se ha ido- la pandemia? Una gran crisis económica, miles de nuevos desempleados, trabajadores informales sin ningún ingreso, familias completamente desprotegidas, niños carentes de medios técnicos para la educación virtual y sin una mínima bioseguridad para la presencial; miles de empresas medianas y pequeñas en quiebra, sin el menor apoyo de un sector financiero cada vez más rico.
Eso sí, alzas desmesuradas en servicios públicos, impuesto predial, peajes, combustibles, alimentos. Y el Gobierno proyectando una reforma tributaria regresiva e inequitativa que extenderá el IVA a los productos de la canasta familiar.
Hace falta, entonces -y esto no es demagogia sino realismo-, volver a pensar en la Colombia de verdad, que no es la misma que se expresa en las redes sociales. Es la Colombia que sufre y llora, sin consuelo. La Colombia real.