El sábado 6 de octubre de 1973, día del Perdón (Yom Kippur), el más sagrado del calendario hebreo, coincidente con la celebración del Ramadán árabe (mes de ayuno y reflexión), ocurrió algo importante para su historial de guerra: el colectivo de países árabes, liderados por Egipto y Siria, pretendieron rescatar parte de los territorios perdidos en la Guerra de los 6 días de 1967, cuando Israel conquistó la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán. Y todo transcurrió bajo una mirada oblicua y unos dientes en modo rechinar de USA y la URSS. Allí, en pleno Yom Kippur, todo el mundo, con su primera ministra, Golda Meir, andaba rezando en la sinagoga y jamás imaginaron las intenciones malévolas de sus “enemigos naturales”.
50 años después, el 7 de octubre, cuando los judíos andaban en Shabat, ritual de recogimiento familiar y obligatorio descanso, incluso para el premier Benjamín Natanyahu, quien andaba prendiendo velas y preparando sus viandas para la cena, fueron sorprendidos por cuadrillas terroristas islamistas, que por cielo, mar y aire incursionaron desde la Franja de Gaza para masacrar civiles y descuartizar a cuanto niño se encontraran en su éxodo de terror.
Todo el mundo los reprendió en notas oficiales, con excepciones como Colombia -donde no existe cancillería- y cuyas relaciones diplomáticas son dirigidas desde un aparato celular por un señor que anda metido en una caverna nebulosa y -sin querer queriendo- nos puede arrastrar a una confrontación con Israel, que también serviría de “cortina de humo”, para distraer la atención sobre esta guerra interna intensificada, donde jamás habrá paz total, como no la habrá en el Medio Oriente, santuario de unos terroristas embaucados dentro de una doctrina cuyos eruditos coinciden en augurar que Alá recompensará a los mártires de la Yihad (guerra santa) con 72 vírgenes a cada uno.
Recuerdo cuando, siendo diplomáticos en 2008, fuimos citados de urgencia a Jerusalén, por la canciller Tzipi Livni, para tremendo regaño, porque algunos de nosotros se montaron, sin permiso, a un bus de la Comunidad Europea para inspeccionar las condiciones de vida en Gaza. Luego de advertir sobre el riesgo en materia de seguridad que ello implicaba, nos dijo: “no podemos rezar y prender veladoras con igual fervor a los terroristas muertos que a los muertos por los terroristas”.
Post-it. Por vez primera votaré en Santiago de Cali y, como pocas veces, lo haré por un candidato liberal. Es parte de la “civilidad” política. Hace 40 años, nuestro jefe Álvaro Gómez dijo: “cada vez están más difusas las fronteras ideológicas entre nuestros partidos tradicionales; ahora lo que nos distingue es la economía y las apuestas en torno al desarrollo económico”. Pero los partidos tradicionales están en riesgo, pues hoy el tema crucial es la salvación de la democracia, asediada por el presidente de turno.
Y a la hora de votar por ciudad, debemos pensar en quienes nos merecen respeto, en quienes confiemos. Y lo haré con mucho entusiasmo al Concejo por Fabio Arroyave (L- 21), ex banquero, jurista de gran preparación, a quien le duele la ciudad que lo adoptó y por cuyo desarrollo apuesta cada día, desde su curul en el propio cabildo; y para la Asamblea Departamental me apunto a Jorge Reyes (L–71), joven ingeniero agroindustrial, asentado en Ginebra, donde hierve el mejor sancocho de gallina del mundo.