50 años sin Jorge Zalamea, el poeta insobornable | El Nuevo Siglo
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Domingo, 1 de Septiembre de 2019

Destaca como uno de los grandes escritores colombianos que dedicó su vida y obra a denunciar lo excesos del poder

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TRAS MEDIO siglo de su muerte, las ideas de Jorge Zalamea, uno de los poetas más influyentes de Latinoamérica, siguen vigentes. En la mayoría de sus obras dirigió una fuerte crítica al Gobierno y a las duras condiciones que afrontaba el país en los años 40 y 50.

Desde muy joven, Zalamea, bajo la batuta de León de Greiff, estuvo en revistas y periódicos, mostrando en los primeros años de escritura sus preocupaciones políticas, que aumentaron gracias a su amistad con el poeta español Federico García Lorca.

Fue así como además de ser poeta, ensayista, novelista y traductor, ocupó cargos públicos en el gobierno de Alfonso López Pumarejo. Se desempeñó como Ministro de Educación, Secretario General de la Presidencia de la República, Embajador de Colombia en México y Secretario del Consejo Mundial de la Paz.

Aunque tuvo gran interés en la política, la escritura y la denuncia fueron elementos más prevalentes en su vida, tal como lo recuerda el novelista José Luis Díaz Granados, quien en sus memorias comenta cómo le expresó en su momento a Zalamea la admiración que sentía por el servicio del poeta “a favor de las causas justas y limpias de la humanidad.”

Esto es evidente en las obras maestras de Zalamea que con su inquebrantable actitud criticó fuertemente todas las formas de opresión y tiranía sin importar que fueran en Colombia o en otras partes del mundo. Por eso plasmó su pensamiento en piezas que marcaron la literatura como La metamorfosis de su Excelencia, publicada en 1949, en la que narra cómo su Excelencia, un gobernante tirano y destructor es atormentado por un olor insoportable que sale de su gabinete y ante el que ninguna técnica de limpieza es efectiva, para después enterarse de que aquel olor proviene de la larga lista de crímenes que cometió y que le sirvieron para llegar y mantenerse en el poder. Así dice uno de sus párrafos:

“Un soso olor de matadero, UN SOSO OLOR DE MATADERO. Con un ademán desesperado, cerró Su Excelencia los ventanales. Tambaleante se acercó a su escritorio, y se derrumbó sobre la silla, sobre la mesa, con todo el tronco y la cabeza sacudidos por un hipo de asco. Un hipo seco, desgarrador, que no se resolvería nunca en náuseas”.

María Dolores Jaramillo en la Revista Iberoamericana menciona que esta obra, una de las más meritorias de su carrera, logró pasar desapercibida, pero no transcurrió mucho tiempo hasta que el gobierno de Laureano Gómez le impuso “la reforma del silencio” y obligó a Zalamea al exilio.

El poeta encontró refugio en Argentina y allá, lejos de la patria, sus ideas siguieron resonando a lo largo y ancho del país. En los años del exilio escribió El Gran Burundún Burundá ha muerto en 1952, considerada su obra maestra, ya que, como resaltó el poeta Rogelio Echavarría, el mismo Zalamea calificó esta narración como “una forma híbrida de relato, poema y panfleto”.

En esta novela corta se describe el funeral de un déspota absoluto que es acompañado por sus fieles sirvientes a su residencia final, al tiempo que se da una mirada hacia el pasado con relación a las atrocidades que este cometió, especialmente la prohibición de que el pueblo hablara. En ella, Zalamea escribió:

“A los cavilosos, se les repetía: 'La mejor palabra es la que está por decir'. A los confiados se les repetía: 'Palabra de boca, piedra de honda'. A los testarudos se les repetía: 'A dos palabras, tres porradas'. A los precavidos se les repetía: 'Palabra suelta no tiene vuelta'. A los codiciosos se les repetía: 'Lo que entra por un oído sale por el otro'. A los que solo anhelaban seguridad se les repetía: 'Palabras y plumas, el viento las tumba'. A los que querían amor se les repetía: 'Palabras de santo, uñas de gato'. Así, interminablemente, infatigablemente, la palabra se combatía a sí misma.”

Sus ideales a favor de la libertad y su pasión por denunciar cualquier amenaza contra la paz, hicieron que el gobierno soviético pusiera sus ojos en él y le otorgara el Premio Lenin de la paz en 1968. Sin embargo, aquella distinción no sirvió para comprar las palabras de Zalamea, quien poco tiempo después dirigió una fuerte crítica hacia el ataque soviético contra Checoslovaquia. Zalamea hizo pública su protesta en la que condenó la brutal invasión, expresando que ningún pueblo debería de sufrir bajo el yugo de los poderosos.

Aquellas críticas fueron algunos de los últimos textos de Jorge Zalamea que lograron ver la luz pues el maestro padeció una enfermedad hepática que terminó con su vida el 10 de mayo de 1969. Pero la muerte prematura no invalidó la importancia de su legado, la censura no lo condenó ni el exilio fue un obstáculo para enseñarle al pueblo a usar las palabras como armas contra los abusos del poder.