Auge y caída de Mahagonny: ¡No se la vaya perder! | El Nuevo Siglo
Foto Teatro Mayor - Juan Diego Castillo
Miércoles, 28 de Febrero de 2018
Emilio Sanmiguel

No me cabe la menor duda de que con la puesta en escena de Auge y caída de la ciudad de Mahagonny, con la música de Kurt Weill y el libreto de Berthold Brecht, el Teatro Mayor hizo una apuesta arriesgada, pero también se ha anotado uno de los triunfos artísticos más significativos de los últimos tiempos.

La coproducción del Mayor con el Teatro Municipal de Santiago, la Ópera Nacional de Chile y el Colón de Buenos Aires, que firma el argentino Marcelo Lombardero con la dirección musical del chileno Pedro Pablo Prudencio, podría sorprender al espectador desprevenido por una puesta en escena que recurre a una tecnología que no es la habitual en la ópera, o en el teatro musical. Sin embargo, la audacia de la producción se inscribe con absoluta naturalidad en lo que podría decirse es la tradición, una tradición que tiene sus atavismos en Erwin Piscator, que después de la primera guerra fue quien el Alemania asumió la responsabilidad de iniciar el desarrollo del Teatro político y se convirtió, con la utilización de proyecciones, escenarios giratorios y otras audacias para la época, en el referente de Berthold Brecht. Lo demás, ya se sabe, es historia. Porque Brecht estremeció los cimientos del teatro y Weill encontró en él el dramaturgo a la medida de su talento musical para producir en Auge y caída de la ciudad de Mahagonny una obra que desde su estreno en Leipzig, el 9 de marzo de 1930 no ha cesado de resultar incómoda, porque en realidad es una obra feroz en su crítica a la sociedad, de su tiempo y de los tiempos que corren.

Por eso hay que decir que el Teatro ha hecho una apuesta audaz, como pocas. Sin ánimos de polemizar, habría que poner sobre el tapete un hecho que no debería pasar inadvertido: si la ópera del s. XVII y XVIII fue escrita para la nobleza y la del XIX lo fue para la burguesía, paradójicamente estas obras de Weill fueron concebidas, teóricamente, para el proletariado. Sin embargo, como el mundo de la ópera es como es, el espectador no suele ser ese hombre del común, aquel cuyo único patrimonio es su fuerza de trabajo que inspiró a Weill y Brecht, sino el ciudadano burgués, y está bien que lo sea, porque lo enfrenta y confronta con una realidad de la cual no debería desentenderse.

Intensa la puesta de Lombardero, porque es un seductor narcótico para destilar el ajenjo de un drama que estremece por su dureza, la dirección dramática de los cantantes logra del elenco una magnífica resolución teatral.

Gran noche para la Filarmónica de Bogotá, el director Pedro Pablo Prudencio consiguió de ella un sonido descubierto, crudo por momentos, en el que sólo hubo cabida para profundizar en el drama. También para el Coro Filarmónico juvenil de la OFB y el Filarmónico de Bogotá.

El elenco es de una solidez admirable. A la cabeza la actuación del tenor argentino Gustavo López Manzitti en la parte de Jimmy Mahoney, la manera como resolvió el Denn wie man dich bettet, so liegt man del final del acto I fue realmente conmovedora, su timbre de Spinto inundó la sala con un fraseo elegante y esa entrega que solo poseen los grandes de la música. También escaló la cumbre en la escena inicial del acto III, en la que Lombardo no dejó escapar la oportunidad de una sutil referencia a la gran aria de Florestan de Fidelio.

Impecable la Jenny de la soprano argentina María Victoria Gaeta, voz de timbre lírico y gran actriz. Supo ganarse el auditorio desde su aparición para resolver Alabama song, que es el fragmento más popular de la obra.

Al contrario de otras producciones, Lombardero prefirió una cantante joven para el rol de Leokadia, la mezzosoprano, también argentina, Evelyn Ramírez, es decir, propone una Leokadia joven, interesante audacia y gran voz, de volumen importante y graves de anchura imponente.

Fatty y Moses, compinches de Leokadia, fundadores de Mahagonny, fueron resueltos con autorizada solvencia por el tenor chileno Pedro Espinoza y el bajo barítono argentino Hernán Iturralde.

Cerrando el elenco, también con actuaciones impecables desde todo punto de vista, las partes de los leñadores, compañeros de Jimmy: el tenor colombiano Andrés Felipe Orozco fue Jakob, el barítono, también colombiano, Juan Fernando Gutiérrez fue Bill y el bajo barítono cubano Homero Pérez cantó la parte de Joe.

 

Como de una Puesta en escena integral es que se habla, hay que traer los nombres de Diego Silano autor de la escenografía que en Bogotá recreó Noelia González Svoboda, Luciana Gutman que firma el diseño del vestuario, la ágil coreografía del argentino Ignacio González Cano y las luces excepcionales de José Luis Fiorruccio.

Pocas en veces hay la oportunidad de disfrutar, y confrontarse, también hay que decirlo, con un trabajo de profesionalismo tan alto y, de paso, tan inquietante.